Después de qué el sonido del
llanto ajeno recorre nuestras entrañas como un veneno, como esa tortura que siempre impedimos en nuestras vidas, quedas marcado por ese llanto que llama nuestra atención y altera nuestra
suceptibilidad,
reconociendo que algo anda mal, que algo produce esas
lágrimas en ese rostro familiar, en ese rostro que una ves vimos
sonreír al nacer; ese rostro que fue quien nos
siguió con sus ojos, cada día, notando nuestros cambios, que a su ves
producían decepción y como resultado ese venenoso llanto. Otro
síntoma más de un humano normal, de un simple mortal. No es mi causa pero duele como si fuera mi dolor.
Ya no llores más mamá...
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