Estoy en ese momento de mi vida (y creería que usted ha tenido éste momento también), donde me siento cansado de la gente. Y quiero mandar a la mierda a todas esas personas que no contribuyen en nada para mi vida y si no queda nadie, tener que afrontar esa soledad como debe ser. Superarla. Sin distracciones, sin esos sentimientos de desilusión o desolación.
Eso me recuerda a mi madre. Ella siempre tan sabía, intentó inculcarme de chico lo importante que era sacar lo que no usas, lo que no te sirve, lo que está roto y feo. Dejando que esas cosas encuentren un lugar mejor. Ella siempre esperaba que por iniciativa propia yo me deshiciera de toda esa ropa, esos juguetes, esas cartas, y ese montón de tonterías que conservaba apegado al valor sentimental que representaban en mi vida. Ahora entiendo a mi mamá, y lo que intentaba enseñarme. Porque aquella noción de utilidad, también aplica a las personas, a las relaciones sentimentales y a las amistades. Un día simplemente, dejan de valer. Pero tercos y testarudos nos aferramos a esas personas sin dejarlas ir, sin dejarnos ir. Es simple, cuando no eres capaz de tomar esas decisiones muchas veces incluso, no es por el valor de ese extraño frente a tus ojos, sino, por el miedo que tenemos a afrontar el futuro. Es el simple hecho de negarnos a seguir creciendo. Y para seguir creciendo debes dejar todo atrás, todas esas cosas que te retienen y te impiden seguir avanzando ligero y con libertad.