sábado, 8 de diciembre de 2012

Un hombre Incrédulo VII

Le mordí el labio inferior después de haber rosado con mi boca todo el contorno de esos rojizos labios, sin antes, haber disfrutado de su prudencia. Lilyth tenía los labios suaves, delicados, sabían a cereza. Pero el beso, más que apasionado y una entrega de deseos, fue más bien, otra herramienta para conocernos; especulativo. 

—No me malinterpretes —dijo cuando sus ojos abiertos no me quitaban la mirada de encima. Estaba sorprendida—. Pero esto no es lo que yo estaba buscando.

No dije nada. Me alejé y abochornado fui incapaz de mirarla. Ya me había pasado por segunda vez. Pero era extraño, está vez, no era Eva quien causaba mi vergüenza. Era una mujer de cabello teñido en rojo, una mujer que mal interprete, una mujer que no esperaba mi beso.

—Lo siento —dije y me levanté.

Apagué la música.

Soda Stereo hizo silencio...

Sentía la mirada de Lilyth clavada en mi espalda. Me quedé allí un minuto de píe frente al reproductor, esperando que mi cabeza creara una solución rápida a tan incomoda situación. Alguna excusa; alguna mentira.

—Los hombres siempre creen que las mujeres que los mira directamente, desean ser besadas —continuó. Yo no la miraba—. Pero no se dan cuenta, que cuando una mujer mira directamente a un hombre, es que intente escrudiñar su alma.

«Al final, también es como ella. Estúpidamente poética» pensé imaginándome un rubio cabello, unos ojos claros, una boca perfecta, con una excelente medida, donde su simetría no le quitaba protagonismo al resto de su cara. Estaba pensando que aquella joven pelirroja era la mismísima Eva. Al final, entendía porque razón, me creía esa tonta excusa de que eran tan buenas amigas.

—Algunos hombres, tenemos pocas pretensiones de galanes —le respondí, cerrando los ojos, y meditando una a una las palabras que deseaba exponer—. Algunos hombres, simplemente deseamos recuperar todas las oportunidades que un día dejamos ir...

—Y algunas mujeres buscamos lo mismo —sentí su cuerpo aproximarse al mío por la espalda—. El problema no es ese —sus manos atravesar el costado de mi pecho presionando de nuevo el botón que daba inició a la música en mi reproductor, mientras yo, intentaba ignorar tan sensual acercamiento—. El problema, es que algunos hombres se obsesionan fácil con algunas mujeres; con algunas mujeres que dan señales de simpatía.

Ella lo sabía, y yo no lo sabía; más bien, yo no lo admitía  No admitía que así como alguna vez me enamoré y me obsesioné con esa mujer de mi pasado, creyendo aún, que las cosas volverían hacer igual después de tanto daño, así mismo, me obsesioné con una hermosa mujer, que una vez mostró un gran interés. Y ahora, estaba yo obsesionado con Lilyth, con una pelirroja, con una desconocida...

¿Era un loco obsesivo?, esa imperiosa necesidad  de desnudarla, ese imperioso deseo por besarla y tocarla, lo explicaba mi absurda obsesión por mujeres extrañas. Quizá la loca era ella, que busca a un hombre al que a duras penas sabe su nombre.

—Lo siento —volví a decir aún más avergonzado que antes, mis pensamientos no ayudaban mucho.

Ignoré sus manos al costado de mi cuerpo manipulando la música y cerré los ojos.

—Debes dejar de disculparte —respondió instantáneamente—. Eva me había dicho, que eras una persona directa... ¿Ya no te queda nada de eso?

Me sentí vulnerado.

«Menuda mierda». Ahora simplemente estaba quedando como un hombre patético. Y definitivamente, esa no era una imagen de mi mismo, que aceptará con facilidad.

Me giré. La vi directamente a sus ojos que me observaban muy de cerca. Sus ojos eran miel, no eran muy claros, pero penetrantes, frívolos. No trasmitían nada. A un así no iba a perder mi seguridad. No ahora que estaba encabronado. 

—Déjalo allí —le dije cuando había puesto una canción más de Soda Stereo con sus manos aún costado de mi cintura—. Esa canción me encanta. 

Empezó a sonar en ese mismo instante "Entre Caníbales". 

Tarareé mentalmente intentado darme fuerza; fingía que la canción me daba apoyo. 

Dí un paso al frente. Ella retrocedió sin perderme de su fija mirada. No sonreía, y no parecía intimidada. 

—Yo había venido aquí a hablar de Eva —dijo de repente cuando estuve muy cerca, dispuesto a ser lo más directo posible. 

—Podemos hablar de ella después —sugerí mandando el fantasma de Eva a la mierda.