miércoles, 27 de julio de 2011

Monólogos de un niño 2


El niño regreso al cuarto donde se encontraba el espejo después de haberlo abandonado entre lágrimas la última vez que lo visito. Lo miro fijamente, se veía así mismo, con los ojos hinchados, con el cabello alborotado y con los jeans rotos.

—¿Viniste a seguir llorando? —salió de nuevo una voz a través del espejo.
—¿Quien eres tú? —preguntó el niño con curiosidad.
—Debo explicártelo de nuevo.
—Si no eres yo, ¿quién eres?

El espejo enmudeció, y frunció el ceño.

—Tú no estabas antes de que ella se fuera —dijo el niño.
—¿Y? —el reflejo ahora se había puesto serio.
—O estoy enloqueciendo, o eres lo que queda de ella.
—No me hagas reír.
—Tú... eres mi más grande recuerdo.
—¿Cómo? —preguntó sorprendido el reflejo.
—Sí, eres lo que yo una vez fui cuando estaba a su lado. Ahora entiendo lo que debo hacer.
—¿Y qué debes hacer niño llorón? — parecía molesto el espejo.
—Hablar con ella, y decirle, que su decisión está errónea, que yo puedo hacerla más feliz que cualquier otra cosa en la tierra.

El espejo reía a carcajadas mientras el niño corría a la calle «niño —pensó el espejo— siempre serás un niño». De tanto, el pequeño niño atravesaba las avenidas, las casas, los parques y las estaciones, hasta llegar a una enorme puerta donde sus lágrimas se habían secado ya. Toco el timbre y espero agitado, con el corazón en el pecho.

—¿Qué haces aquí? —dijo una niña en cuanto abrió la enorme puerta.
—Necesitamos hablar.
—Dijiste que eso no era necesario —se defendió la niña.
—Bueno, realmente dije mil cosas a las cuales nunca prestaste atención —la niña enmudeció—. Te amo.
—¿Enserio?...
—No.
—Estúpido... —dijo la niña con las cejas fruncidas hasta hacer una "V".
—Por tu sonrisa —dijo el niño interrumpiendo con una amplia sonrisa.
—¿Enserio?...
—No.
—Eres un miserable —dijo la niña con los ojos aguados.
—Ahora sí.
—Siempre lo haz sido.
—Antes no, cuando estaba contigo eran otros los miserables. —Volvió a sonreír ampliamente el niño.
—Vete de aquí, no se ni a que viniste.
—Vine por .
—¿Para qué? —dijo la niña tajantemente.
—Para verte sonreír otra vez.

Se dibujo una pinturesca sonrisa en aquella niña, que inmediatamente desaparecía mientras azotaba la gran puerta de su casa, sobre la nariz del pequeño, que al impacto con la puerta, empezó de nuevo a derramar lágrimas. Otra vez, lo había arruinado.

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