Continuábamos sentados entre los arboles del parque con un cigarrillo y una lata de cerveza en las manos. Mirábamos el cielo, y mi amigo, solo estaba allí, siendo la consciencia que pocas veces he tenido.
—¿Por qué siempre esperas hasta que es muy tarde para cambiar, para decirle cuanto la amas?
—No es qué espere a que todo lo malo suceda. Simplemente olvido que las cosas malas suceden —le dije mirando el cielo, recordando los ojos de esa mujer enamorada.
Le dimos un trago a la lata de cerveza.
—¿No crees que ese es tu problema? —blanqueo los ojos como si todo fuese obvio.
—¿Enamorarme? —le respondí—. Es el mismo problema para todos.
—No... que te olvides que la vida no se toma de esa forma, que olvides que la mejor forma de demostrarle a una mujer que significa una vida para ti, es comprendiéndola. Dejando de juzgarla, ayudándola. Ellas buscan estabilidad, y eso debe ser siempre incondicional.
—No todos nacemos con esas facultades de razonamiento. Yo... solo no pude manejarlo. Fue mucho amor para mí.
Hubo un momento de silencio. Ambos meditamos aspirando un poco de humo del cigarrillo.
—Qué quieres decir —me preguntó confundido.
—Que caía en pánico cuando sospese la idea de perderla...
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