A los 14 años siempre tenía pantalones anchos y unos tenis adidas clásicos azules; me colaba en fiestas y cumpleaños —y pese a que era una fiesta nadie bailaba— me daba pena invitar a salir a mis conocidas y me "tragaba" cada fin de semana (persecución intensa al sexo opuesto). Era indeciso, pues no sabia que corriente seguir, si la popular, la de barrio y reggaetón, la de mi hermano el peludo y su música "metállica", ó mi hermana la de conducta "anarquica" y el punk —Pues la música para planchar que escuchaban las señoras amigas de mi mamá no me atraía mucho—
Pensaba que la vida era eterna y que yo era inmortal, pensaba que las drogas solo la consumian los ladrones, y que el cigarrillo era un vicio para nada nocivo, y a la medida que fui creciendo fui conociendo, aprendiendo y enamorándome de la vida, tanto así que experimentar el fallecimiento de alguien más provoco en mi un terrible miedo enfermiso por ella misma. Existencialismos y clases de matemáticas "hijueputiadas", como tener siempre un buen libro, eran cosas totalmente normales. Pero ahora, hoy en día, la forma en que los jóvenes o más bien niños crecen es algo deprimente.
Ahora no se cuestionan o preguntan, experimentan, pero más allá de experimentar se involucran, pues a los 14 años —si no es menos— se fuma hierba y se mete perica, se fuma cigarrillo y se va a discotecas, se tiene sexo y se pelea en las calles cuanto pandillero se creen. Ahora los juegos infantiles, parques y canchas son prostíbulos, llenos de jibaros no más de 15 años, y rines de boxeo para menores de 18. Y el problema no es esté, el problema radica en que aún así, siguen siendo totalmente inconscientes.
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