Después de tantos años, hoy finalmente logré culminar un ciclo, una etapa de mi vida que me carcomía por dentro. Una relación que me llenaba de rencor y tristeza en los últimos meses. No diré que el amor es una mierda o apesta. En realidad, es todo lo contrario me enseñó a ser mejor persona y a tener imágenes invaluables tatuadas en el corazón. Sin embargo, todo se había dado hace muchos años atrás para que terminará y a mi pesar, no lo aceptaba. Me aferraba a la esperanza, creía en la literatura, y en las historias que contaban algunos, sobre dos personas que a pesar de estar tan lejos uno del otro, terminaban por estar juntos. Incluso no permití que sus limitaciones y contrariedades sentimentales me detuvieran porque según la moraleja: El amor lo vencía todo. Y tenían razón, el amor me venció a mí... Me dejo sin ganas de luchar más, sin ganas de si quiera pensar en la posibilidad de ser feliz junto a ella, y con un enorme vacío que iré llenando con amigos, cine, drogas, alcohol, videojuegos, chocolates, sexo y otras mujeres. Hasta saciarme y encontrarle de nuevo sentido a otros ojos, a otra sonrisa, a otro cuerpo.
Ya había tenido la experiencia de sentir esto antes, abatido, desesperado, melancolico, triste, y arrepentido. Pero hoy, aunque sienta todo eso, lo que es innegable, tengo la tranquilidad de haber cumplido con lo que me prometí hace tanto tiempo. Me transforme en la mejor versión de mí, y ofrecí todo lo que tuve a mi alcancé. Ahora, aunque debo ser sincero, no me queda nada... Eso prevalecerá en mí, y podré disfrutar con madurez de las experiencias que me esperan. Si no me espera ninguna, y renuncié a la única persona que estaba destinada para mí, lo que es una posibilidad siempre que algo termina, entonces, créanme, aprenderé a estar solo. No soy Efrain, ni mucho menos María, no tengo la sensibilidad de Jorge Isaac, así que mucho menos, moriré de amor... o eso creo.
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