Ella estaba acostada con él, hablándose muy cerca a la cara. Mirándose a los ojos empañados de lágrimas, pero sonriendo. Recordando la razón por la que se querían.
—Te puedo decir algo —dijo él.
Ella suspiró.
—Espero que cuando quieras irte —empezó él—... Me lo digas de la forma en la que estamos hablando ahora. Y créeme —él pensaba que su acto era desinteresado—... yo entenderé y te daré todo el tiempo que necesites.
—Eres un idiota —respondió ella y las lágrimas que derramaba ahora eran de dolor y angustia—. De verdad eres un idiota —ella se levantó de la cama, tomó sus cosas y se largó de allí.
Él confundido no entendía que había pasado. Cerró los ojos y suspiró. Siempre terminaba arruinándolo, volviendo todo un drama, pura mierda. Y mientras se lamentaba, entendió que nadie espera pensar en el final, ni siquiera mencionarlo en el momento donde el corazón esta abierto esperando quedarse así para siempre.
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