Arranca el hombre a la barbarie alaridos de incomprensión, al amparo de festividades que pregonan a los vientos carteles de muerte anunciadores.Y se adentra, con su ignorancia culpable, en la afrenta que supone morir sin razón en festejos que someten al animal, a la crudeza de una muerte injustificada y violenta.Vivir la tortura impasibles, complacientes, alzarse en aplausos imitadores, abandonarse a lo cobarde de la inercia, da brillos caducos a una fiesta que en su anacronismo agoniza.Pretenden aliar al tiempo la injusticia, la tolerancia que acomoda su sensibilidad al esperpento para poder así seguir negando la ofensa de una imagen, por cruel, enmudecedora.Pero no hay honor en la muerte que rompe en los débiles su lanza.Morir sin amor rodeado de gente extraña, entre gritos, risas y falsas acusaciones es una historia maldita que en lo humano se perpetúa.Abrazo la tenacidad del que con su lucha espera, que el pañuelo blanco anuncie la rendición del hombre a la evidencia del derecho de quien espera con su vida ser resarcidoAbomino la falsa gloria que ha convertido la belleza en una estética sangrienta porque llamar premio a la amputación de miembros, juicio a la sentencia, valor al escarnio, es sólo fruto de la hipocresía que hace dignos a quienes merecen nuestra más profunda condena.
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