Mi mente proyectaba el único camino que recordaba. La casa de Ángela. Mi novia comprendería que necesito atención, comprendería de cierto modo, que es la única parte a la que puedo llegar. Sentía miedo de fallecer sobre una calle intransitable, en medio de la noche. ¿Las once?, era imposible tener noción del tiempo después de ser atacado de esa forma. Nadie tendría noción del tiempo. Nadie. «Camina, camina, ya casi llegas» me alentaba.
Arrastrando mis pies logre cruzar la última esquina. Toque la puerta de acero que impedía el acceso a esa casa de ladrillo fino en el oeste de la ciudad. ¿Cuántas veces la toque?, ¿dos?... me deje caer sobre la puerta, exhausto. «Rápido Ángela» me desesperé. Cerré lo ojos. Quería descansar un poco. El vacío me invadió y antes de perder la conciencia, escuché el crujido de la puerta, y unos brazos rodeándome el cuerpo. Un sonido que había escuchado meses antes le hacia coro: El llanto de mi novia; así como aquella vez en que murió su padre.
Al abrir los ojos, el rostro pálido de Ángela, me recibió. Sus ojos miel me miraban fijamente. Instintivamente mande mis manos al cuello. Una tela cubría la herida. Ella la había tratado mientras permanecía desmayado. No tenía la camiseta puesta, y estaba acostado en el sofá. Intenté moverme pero sentí como si clavaran un puñal en mis entrañas.
—¿Qué hora es?
—Las tres de la mañana —contestó ella— ¿Qué está pasando Lenfert? —algunas lágrimas se derramaban por su cara de repente.
—Las tres de la mañana —contestó ella— ¿Qué está pasando Lenfert? —algunas lágrimas se derramaban por su cara de repente.
—Realmente no lo sé.
—Vienes con el cuello destrozado y no sabes qué fue lo qué paso... —dijo—, ¿me crees estúpida?.
—Vienes con el cuello destrozado y no sabes qué fue lo qué paso... —dijo—, ¿me crees estúpida?.
Me recosté como pude y bese sus labios intentando calmar la situación. Pero fue un terrible error. Era la primera vez que un beso de Ángela no producía calor en mi cuerpo, ni siquiera en mis labios. Me acobijo un terrible frío, me deje caer de nuevo en el sofá, y no paraba de temblar. Mi temperatura bajaba, y yo podía sentirlo.
Ángela me rodeo con sus brazos intentando darme calor. Pero era como si no pudiese sentir su piel en ese momento... Tal vez era el dolor que no me permitía sentir nada más.
Las entrañas se me estiraban, y empezaba a sentir cólicos que jamás en la vida había sentido... por esa misma razón era incapaz de describirlos. Quizá una mujer embarazada si podría hacerlo.
—¿Qué pasa mi amor? —me preguntó Ángela con el semblante preocupado.
Y yo... yo... fui incapaz de respondedle. Si se lo contara, no me creería. Estoy seguro de que no lo haría. Ni siquiera yo pensaba que todo se tratara de un suceso real, era más bien, uno de esos sucesos que solo mis sueños podrían crear.
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