martes, 13 de septiembre de 2011

Sinfonía del aullido I

Estaba sentado sobre la cama. Miraba la noche a través de la ventana. Mi cuarto no era el lugar más acogedor, pero era el único en toda la casa desde donde se podía ver la luna en su mejor esplendor. Llena.

Las nubes se destaparon, y la luna enorme, blanca, resplandeciente y confidente se dejaba ver por mis ojos, que palpitaban de excitación. Empezó a dolerme el pecho, el corazón empezó a darme vuelcos. Palpitaba tan deprisa y tan duro, como si se tratara de un redoble de batería en una canción de rock. Y entonces, también, me empezó a doler la herida, esa que me había hecho en el brazo días atrás y no recordaba como.

Mis ojos se enfocaron en la esfera brillante que mi consciencia ya no reconocía. Mi razón me explicaba que se trataba de la luna, pero mis ojos no la distinguían, no eran más que una mancha a lo cuál mi cuerpo respondía. Sentí miedo de repente.

Una tela roja se disperso en toda la habitación, ¿o eran mis ojos que ya no veían?... no supe más, estaba como dormido, pero despierto, escuchaba de repente los grillos y el viento chocar con los arboles. Olía el más dulce aroma que jamás había olido, no era conocido, no, era como oler carne de cerdo sin cocinar, pero más apetecible. Era fresco, delicioso.

Mi cuerpo, no respondía a mis pensamientos, solo a su entorno, a esos olores y sonidos, mi razón me indicaba que algo me pasaba, pero mi espíritu parecía disfrutar de todo ello. Estaba tranquilo. No me perturbaba.

Escuche un grito. No, ya no era solo un grito, eran dos, eran quejidos. ¿Era mi madre la que gritaba?, ¿era mi padre el que luchaba?, ¿qué estaba pasando allí dentro?, ¿por qué no podía moverme?... La boca me sabía a sangre, a metal, a oxido, me sabia tan desagradable, pero me satisfacía, me llenaba, me generaba una paz en el alma que no conocía.

Y entonces, no volví a escuchar nada, hasta muy entrada la madrugada, que desperté en mi cama, desnudo, con dolor en el cuerpo, y con una especie de salpullido. Con la encía irritada me levante como pude, mareado, con nauseas, y me puse un short. No me sentía para nada bien, era como si recién hubiese terminado de beber una botella de Ron yo solo.

Me dirigí al cuarto de mis padres, mientras me acercaba a su puerta semiabierta, en cada paso que daba, mi cerebro reproducía esos gritos con los que me había soñado. Abrí la puerta invadido de ansiedad y preocupación...

No le di merito a lo que mis ojos veían. Las paredes salpicadas de sangre, la cama desordenada y rasguñada, y los cuerpos de mis padres, allí tirados, cerca de la puerta del baño, carentes no solo de vida, de dedos y extremidades, incompletos y mordisqueados. La mancha de sangre parecía revuelta, estregada por todo el suelo, incluso parecía: ¿lamida?. Me mire las manos, y mi razón me hablaba mientras temblaban «Sí, ese has sido tú». Caí sin más, presa del pánico.

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