miércoles, 5 de octubre de 2011

La metamorfosis 3

Abrí los ojos.

Sobre mí, el techo hecho de yeso, era tan blanco... Me concentre en sus textura, en las pequeñas fisuras, en las finas lineas que en conjunto formaban la blanca pared. Me concentre tanto en ello. Me distraía tanto enfocando la vista, y vislumbrando cada vez más, cosas tan distintas. Nunca antes, podía percibir tanto con mis ojos, era tan extraño. Tanto así, que había olvidado por qué lo miraba, dónde estaba, ya ni siquiera recordaba, que horas atrás estaba padeciendo dolores que me mataban.

Me senté en el sofá. No hubo dolor. Me sentía ligero. Mire mis brazos... estaban tan pálidos. Era literalmente blanco. Los toque, pero el contacto era tan delicado, mis brazos tan lizos, pero «Estaban jodidamente duros». Era como el Jade, era como una piedra fina. Lo que jamás percibí mientras toqueteaba mi lizo cuerpo, era mi temperatura. ¿Estaba muerto?...

Caminé hasta ese gran espejo en la sala de la casa de Ángela. Era la casa de mi novia. Me miré «ese soy yo —pensé—, de verdad, ese soy yo» me preguntaba cuando observaba mis ojos tan amarillos, tan brillantes. No sé, pero me sentía hermoso. Me quite rápidamente la gasa de mi cuello... La herida había desaparecido. Me volví a observar, me volví a preguntar.

Me sentía hermoso.

Escucha los pasos de las personas en la calle... Hora pico. La seis de la tarde marcaba el reloj colgante de la sala. Ángela tenía un gusto muy peculiar por los relojes aparatosos. ¿Dónde estaría ella?... Y entonces, lo olvide todo. Un olor apasionante había cautivado mis sentidos. Era una cosa tan exagerada, que al mismo tiempo, era espeluznante.

Me observe al espejo que aún estaba enfrente de mí. «¿Qué mierda está pasando?» me pregunté cuando los ojos que me miraban, esos amarillos y brillantes ojos, se tornaban rojizos, como si se tratara de un eclipse solar, de un amanecer... cada vez más rojos. La boca empezó a salivarse y el olor... ese olor, quería comerme ese olor... Lo deseaba, me excitaba, me apasionaba y me generaba unas convulsiones extrañas en el corazón. Lo imaginaba y me deleitaba.

Un ruido impacto mis oídos, y el olor se intensifico de forma abrupta. Ángela había entrado por la puerta. Llevaba con ella un paquete de medicinas y algo de comida. Me miró sorprendida, y yo, yo... no la reconocía. Lo único que hacía, era escuchar a mi consciencia, bueno, si realmente esa era mi consciencia:

«Es ella, ella, de ella proviene el olor —me decía— ese rico olor... ¿no tienes hambre?».

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