Hoy recordé mi vida años atrás, cuando tenía entre 13 y 16 años. Yo era un chico escuálido y pequeño que fingía ser solitario para llamar la atención de las damas que imaginaba yo, serían princesas en mi historia de amor prematura. Táctica que en realidad nunca funcionó, y a pesar de ello era feliz. Quizá todos tengamos esa sensación en algún momento de nuestras vidas, que de pronto ya pasaste por la adolescencia, y dejaste en el camino: los noviazgos infantiles, las fiestas en terrazas o en casas de padres que se iban de viaje, juegos de botella, o la verdad y se atreve donde el reto más difícil era besar a la que considerabamos fea -que años después mejoraba rotundamente, y en otros casos, bueno, al menos hoy en día tiene salud-, y aunque no supiéramos besar, era la hazaña que contábamos al llegar el Lunes a estudiar. Tanto como la emoción por beber alcohol o fumar. Dejar atrás las peleas de barrio, y los mitos de la masturbación, el sexo, y los misterios de la correa con la que tus padres te castigaban.
Estoy seguro, que al recapitular tus escenas del pasado, donde nuestro mayor problema era trigonometria, la nomenclatura en química, y el rechazo de tu vecina, puedes sentir que ahora el tiempo no pasa como en ese entonces. Que ahora es más voraz y mucho más ligero, donde nuestras preocupaciones conceptuales son más complejas y donde el existencialismo se apodera de nosotros al preguntarnos "Que queremos hacer de nuestras vidas".
Estoy seguro, entonces, que la nostalgia y el deseo de volver atrás es innegable, aún más si durante estos pocos años que pasaron, el dolor, la ausencia y la perdida se arraigan con más fuerza en nuestro corazón. Sin embargo, ignorando aquella sensación de desespero que puede producir crecer, el tiempo y la vejez, algo nos quedó de ello. De ese pasado que se convierte en anécdotas y mitos; donde no recordamos si algunos sucesos pasaron de verdad. Esa linda sensación que en algún momento poseímos: la inocencia, la ingenuidad, y el profundo placer de haber vivido de la simpleza que hoy en día, durante la adultez y lo que nos falta de ella, necesitamos para entender que la complejidad de la existencia no está más allá de nuestra propia mente. Donde la verdad es que vivir, es una acción tan simple como cualquier otra. Es abrir los ojos y sentir que todo es posible. Sentir esa emoción que nos invadía cada fin de semana cuando eramos chicos: Estamos vivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario