Historia 4.
Todo pasado y presente perturba.
Estaba sentada en el reconfortante asiento delantero del carro de mi novio. Lo contemplé mientras conducía y hablaba de no sé qué. Tenía el rostro tenso, se evidenciaba en las líneas de expresión el tiempo. Su edad. Recordé cuando lo conocí, yo era tan sólo una niña revolucionaria y él, un hombre. Quizá para ese entonces, ese aspecto tan marcado y característico de hombres mayores, fue lo que me conquisto y cautivo. Pero ahora, quizá no tienen nada de particular, porque ahora yo, deje de ser una niña nada más.
—Y tienes que meterle muchas ganas a tu empleo —dijo mi novio mirándome a sabiendas de que tenía la mente dispersa por todo el lugar intentando forjar una conversación formal conmigo.
Lo miré de nuevo. No dije nada.
Cuando estoy con él, todo está en su lugar, todo parecer ir bien. Mi entorno parece alinearse cuando se trata de él, de mi relación, de mi fiel compañero. Pero cada que lo miro a los ojos, cada que lo escucho decir sus tan maduros y cuadriculados comentarios, me percató de que no es lo que me llena, no es lo que me satisface, no es lo que me completa. No es él lo que yo estoy deseando en estos momentos de mi vida, aunque haya demostrado ser lo mejor, para estos momentos de mi vida.
Había estado mirándome mientras yo reflexionaba sobre nosotros. Dejo de hacerlo cuando no recibió respuesta a su comentario. Siguió conduciendo con su semblante tranquilo. Su actitud, aunque fuese pasiva, era severa, y cada que su actitud afloraba en nuestras conversaciones recordaba el tiempo en que nos separamos. Los años que no estuvimos juntos.
Recordé a quien conocí en esos tiempos, un hombre completamente diferente, mucho menos formal, más casual, engreído, petulante e infantil. Con grandes cualidades: Inteligente, perspicaz, y sensible. Alguien muy diferente a mi novio sentado en el asiento del conductor. Eran tan diferentes que me llevo a cuestionar mis viejos sentimientos, y mis nuevos sentimientos. Y lo peor de todo, es que aquel hombre, aunque ya no estuviese a mi lado, aunque ya todo hubiese terminado meses atrás, lograba seguir influenciándome, lograba conseguir que yo estuviera en estos momentos, cuestionándome lo que siento por mi fiel compañero.
—¿Iremos dónde tu mamá un rato verdad? —me preguntó mi novio interponiéndose en mis pensamientos.
—Claro —le contesté.
Mi madre amaba y respetaba a mi fiel compañero por ser algo que ella ha idealizado de pequeña: Un hombre capaz de responder por mí en todo sentido. Esa idea machista que tiene una madre, o quizá un delirio de sobreprotección era lo que fundamentaba su amor por él. Que lo aceptara, que lo reconociera, que lo respetara. Lo lamentable de los deseos de mi madre, es que realmente no me conoce. No sabe que amo el arte, que me gusta escribir y que lo hago en secreto, que me gusta leer, que deseo una vida donde pueda soñar con libertad.
Mi madre no sabe que aquel hombre que aborrecía meses atrás, era la única persona que compartía esos sueños utópicos conmigo.
—¿Necesitas dinero?... —dijo mi novio—. Pareces preocupada. Tensa —intentaba hacer que su presencia se notara en el carro, y yo dejara de divagar en mi mente.
—No. Aún me queda mucho dinero del último pago —respondí.
¿Cuándo comprendería él y mi madre que el dinero no lo es todo en la vida? ¿Cuándo entenderían que no es lo más importante para la felicidad? ¡NO!. No puedo reprocharlo. ¿Cuándo lo entendería yo? Cuándo podría decirme eso con toda sinceridad, cuando uno de los aspectos que me unían a mi actual novio y fiel compañero, era el dinero. La estabilidad que generaba eso a nuestra relación.
Es que el dinero, genera estabilidad a cualquier relación.
La última frase que pensé, me llevo como un torbellino a los recuerdos del pasado, donde disfrutaba de banalidades. Donde disfrutaba de momentos tranquilos creados de meros impulsos y que solo aquel hombre que deje meses atrás, me hacía vivir. Aquel hombre me llevo a redescubrirme a reencontrarme, a volver a ser esa niña que un día se perdió en una relación de adultos aún sin concebir el concepto de adulto.
Aquel hombre, me enseño a disfrutar de nuestros cuerpos desnudos sin tener mucho dinero. A disfrutar de la compañía y las palabras más que de un obsequio caro. Me enseño a disfrutar del momento propicio para un beso extenso.
—¿Qué quieres hacer? —me dijo mi novio, indispuesto a perder la batalla con mis pensamientos y darse un lugar dentro del vehículo. Su vehículo.
—Quisiera ir a un parque —le respondí con sinceridad. Respondí ilusa en disfrutar de esa extraña libertad que ya no tenía y que disfrutaba meses atrás con otro hombre.
—Es muy tarde para ir a estar en un parque en está ciudad —replicó él—. Mejor vamos a bailar con mis amigos. Nos han invitado hace semanas.
Asentí con la cabeza. Que más daba, total, me encanta bailar. Además necesito pasar tiempo con él. Con mi novio. Con mi fiel compañero. Él se ha portado muy bien conmigo, sabe amarme, sabe respetarme, es confiable, me demuestra mil cosas en su tan cuadriculada forma de ser. Él se merece está oportunidad. Se merece que le corresponda, que lo ame, que deje de pensar en aquel hombre… En ese ridículo hombre que me perdió meses atrás.
No puedo negar que mi novio y fiel compañero es importante para mí, para mi vida. Pero tampoco puedo negar que amé aquel hombre ridículo que me perdió, con el que compartí meses atrás.
El celular vibro dentro de mis vaqueros. Lo saqué. Mi novio me observó en silencio. Eso era algo que le sumaba, jamás preguntaba demasiado.
Era un mensaje de texto el que había llegado a mi celular:
Espero disfrutes de tu noche, y nunca olvides eso que es tan tuyo. Tu libertad.
Sonreí. Aquel hombre me había escrito, se acordaba de mí. No renunciaba a mi corazón, a mis pensamientos. Era doloroso que eso pasara, que yo aún pensara en él, que yo estuviera con otro, que mi novio sufriera, que aquel hombre me deseara buenos momentos a un sabiendo que estaba con mi novio. A un sabiendo, que eso le rompía el corazón.
Detestaba profundamente sus buenos deseos.
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