sábado, 10 de marzo de 2012

Crónicas de amor

Historia 6.
Toda apego emocional, es la base del sufrimiento.
Parte 1.


El aeropuerto no estaba tan atestado de gente como me lo esperaba. Ya tenía los tiquetes en las manos y la maleta ya estaba en posesión del aeropuerto. Había decidido salir a donde los carros aparcaban para descargar las maletas; una zona abierta dónde podría fumar con tranquilidad mientras contemplaba la ciudad a lo lejos.

Encendí un cigarrillo, y me recosté contra la pared a observar los carros que llegaban, y las personas que corrían con afán por alcanzar su vuelo. Mientras veía todas esas personas que abordarían una nueva vida, recordé la mía, la que tuve atrás, y la que dejaría en esa enorme ciudad que se divisaba al fondo mientras el viento acariciaba mis mejillas. Iba a dejarlo todo, mis amigos, mi casa, mis estudios y… a ella. A esa mujer que le había entregado todo sin mesura alguna. Se lo había entregado todo, no había dejado nada para mí. Eso explicaba el vació.

Aunque desearía que me acompañara, que empezara esa nueva vida conmigo junto a mi familia, ella no parecía tener la misma idea, no lo consideraría en ningún momento, y eso lo había dejado claro el día en que se lo conté. Un hermoso día que ahora se había ido por el retrete, como mis sentimientos y nuestra relación.

—¿Piensas irte en una semana? —me preguntó ese día, con la sorpresa evidente en sus cejas fruncidas.

—Sí —quise decirle algo más, pero en ese momento no pensaba con claridad. Más aún después de ver como sus ojos se aguaban y se resistía a llorar.

—Una semana… Y apenas te dignas a contármelo —había continuado luchando para no llorar—. Es como si no te importara que nos separemos para siempre…

—No es para siempre —quise explicarle—. Para mi también es repentino, y podemos… hacer algún plan…

Ya no contuvo las lágrimas.

—Por qué no me lo habías dicho.

—No tuve tiempo.

—¿No tuviste tiempo? —dijo—. Pero si hemos estado juntos por semanas.

—No quería llenarme de melancolía y desperdiciar el poco tiempo que me quedaba de momento contigo.

—¿Hace cuánto lo sabes? —se limpió las lágrimas con las manos.

—Hace un mes —había dudado en decirle la verdad. Pero como he dicho, siempre pienso en un plan mejor después de que ya la he cagado.

—De verdad es que te importa una mierda nuestra relación —se echó a llorar en ese momento.

—Pero… amor… tú puedes…

—Pero nada, no puedo nada —me interrumpió abruptamente con la voz chillona—. Lárgate de una vez, tienes una semana para empacar tu estúpida maleta.

—Amor —insistí, pero ella no me escuchaba. No quería dejarme explicarle que tenía un plan para reunirnos después, para que compartiera esa experiencia conmigo. No quería dejarme explicarle que la amaba y todo lo que había considerado era precisamente para no dañarla.

—No me digas nada más —se apartó de mí cuando intente abrazarla, consolarla…

Efectivamente ese día abandonó la casa sin decir nada más, con las lágrimas recorriéndole las mejillas, y con los dientes tensos de la rabia. Desde entonces, no supe nada más de ella. Había pasado una semana, y en ningún momento contestó mis llamadas, hasta que desiste de seguirla buscando.

Me dolía, sentía un vacio. Era la decisión más dura que había tomado de momento en mi vida. Empezar mis estudios en otro país, con la posibilidad de viajar con mi familia. Ella era lo único que me aferraba a esa tonta ciudad, y no quería dejarla ir.

Terminé de fumar mi cigarrillo con los ojos irritados tras la melancolía de mis pensamientos. El avión despegaría en poco menos de una hora y no la volvería a ver. Deseaba salir corriendo y buscarla, pero era una idea muy infantil. Había que aceptar las cosas tal y como eran. Aunque tuviera esperanzas, aunque tuviera un fervoroso amor arrancándome el corazón.

¿Qué estaría haciendo ella ahora?, observé por última vez aquel cielo de mi ciudad, donde crecí, donde me enamoré, donde sufrí, donde la conocí a ella. El majestuoso cielo de la tarde con el sol ocultándose dejando un matiz amarillo entre las nubes mientras lo hacía. Ese majestuoso cielo, que ahora contemplaba mis secretos, como esa lágrima que se deslizaba de mis ojos.

Me limpié con la maga de la camiseta, me volteé para entrar de nuevo al aeropuerto ahora que había terminado de fumar mi cigarrillo. Entré por la puerta que marcaba un numero 3 (la tercera entrada al aeropuerto) decidido a dejar atrás esa ciudad, con todo lo que ello implicara, aunque me matara de dolor.

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