domingo, 11 de marzo de 2012

Crónicas de amor

Historia 6.
Todo apego emocional, es la base del sufrimiento.
Parte 2.


Caminaba entre la gente que tropezaba conmigo por su afán de abordar el avión que los llevaría a otra parte del mundo. Cerré los ojos y escuché los pasos acelerados de la gente sin dirección. No tenía prisa por llegar a la sala de espera.

De pronto el bullicio me sobresalto: Una mujer gritaba.

—Espera mi amor… —su voz era intensa, desesperada.

Sonreí aún con los ojos cerrados y sin dignarme abrirlos para mirar. Sólo deseaba que fuera ella, que estuviese corriendo para darme alcance, despedirse y confesarme su amor. Pero no iba a voltear, no iba hacerlo, tenía que defender lo que me quedaba de dignidad.

—Espera —volvió a gritar la mujer, y las personas que estaba allí cerca se conmocionaron. Se escuchaban sus chismorreos en tan sólo susurros.

Me giré rápidamente para contemplar a la mujer que gritaba. ¿Era ella? Esperaba que lo fuera. Pero entonces, la realidad me abatió; me golpeó en la cara; me sacudió a una triste verdad. Aquella mujer que gritaba no era ni cerca, la persona que yo esperaba. Era una total desconocida que corría con un paquete en dirección a un joven no más adulto que yo. Tal vez se tratará de su madre, y el paquete era algo que el joven había olvido empacar.

¡Mierda!

Esa tonta ilusión no era más que culpa de todas esas estúpidas películas románticas que veía. Que siempre finalizaban con ella o él alcanzándolos en el aeropuerto o el tren. Pero esas cosas no pasaban en la vida real.

Jamás pasaban en la vida real.

Estúpida vida real, estúpida televisión que me había creado clichés de estereotipos románticos.
Miré el suelo del aeropuerto. Mi valentía y dignidad no significaban nada ya. Me quedé pensando en el “que hubiera pasado…” pero esas cosas, no pasaron. Así que no tenía sentido seguir pensando en eso. Levanté la cabeza. Miré fijamente al frente, al horizonte, al norte imaginario al que nunca llegamos. Y decidí que lo mejor que podía resultarme en la vida, estaba por venir, y no era en absoluto, lo que estaba por dejar atrás.

Y me sentí seguro.

Cuando estaba por pasar el marco de la penumbra que daba lugar a la sala de espera donde esperaría el avión y de la cuál no podría volver a salir, me detuve. Miré hacia atrás esperando que en ese momento como en esas estúpidas películas que ya he mencionado, apareciera ella corriendo para darme ese beso que condenaría nuestro amor hasta que volviéramos a juntarnos. Pero no vi más que idiotas angustiados por el vuelo, estresados por el tiempo y acabados por el trabajo. Nada más que desconocidos corriendo.

No la vi a ella. Me volteé asumiendo la realidad, dolido, triste, y deprimido. Así no era como quería comenzar mi nueva vida. La verdad era, que no quería comenzar una nueva vida, quería simplemente cambiar el entorno de mi vida, pero que todo lo que ha estado conmigo, siguiera allí, como mi familia.

Quería que ella, siguiera allí. Que estuviera aquí… Todo aquello, lo hacía por ella. No valía la pena comenzar, si el motivo principal se ausentaba.

No valía la pena.

Atravesé al otro lado, a ese lado donde ya no hay marcha atrás. Ese lado que me decía con sus avisos en las paredes, que ya empezaba el primer pasó a una vida diferente. Me senté y el celular que había olvidado apagar, empezó a vibrar. Lo saqué y los ojos se me iluminaron. La duda, la dignidad, y todas esas mierdas que piensa uno para alejar a esa persona que quieres de tu corazón, terminaron igual que mi relación, en un retrete a punto de ser vaciado.

—Hola —contesté con alegría e ilusión.

—Hola —dijo ella con frialdad—. Sólo quería desearte un feliz viaje.

—Lamento que todo haya terminado así —no podía contenerlo más.

—Yo también lo lamento.

—Cuando quieras puedes venirte con nosotros, te guardaré un lugar.

—Gracias —dijo ella.

Hubo un momento de silencio en el que ambos escuchamos por el parlante que era momento de abordar el avión.

—Es mejor así —continuó—. Quizá es el momento para dejarnos ir.

No fui capaz de decir nada aunque tenía muchas cosas por decir.

—Sólo espero que esté cambio sea lo que te haga feliz —dijo antes de colgarme sin dejarme reprochar o replicar nada más.

Y es así, como aborde el avión, decidido a continuar, a emprender una nueva vida. A seguir con mi vida aunque eso no significa ni siquiera cerca, que aquellos cambios eran lo que realmente me hacían feliz. Ella nunca supo, que esos cambios que decidí aceptar, eran el primer escalón para tener las herramientas suficientes que garantizara nuestra felicidad para siempre.

No, ella nunca supo, que ese cambió era lo que yo quería para demostrarle que entonces, podíamos tener una relación más madura, seria y verdadera.

Esas relaciones que se basan en determinación, sueños y esperanzas.

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