Me sentía bien conmigo mismo. Estaba satisfecho, o bueno, eso pensaba intentando dejar de contemplar esa idea de que el pasado retorna y con ello las personas. ¿Cuántas veces me había pasado ya? ¿Cuántas veces había permitido ilusionarme? Yo, ese hombre frío y sereno, siempre tan vulnerable. Siempre tan narcisista como para describirme.
«Bien hecho Facundo, tomaste de nuevo la decisión equivoca» me reprochaba mientras recordaba como había preferido intentarlo de nuevo con esa única mujer que me había enamorado, dejando de lado, la oportunidad de vivir experiencias nuevas, con aquella rubia, de ojos claros que un día se apareció en el parque con un cigarrillo en mano. Ese mismo parque. donde ahora yo estaba sentado. Sentado de nuevo, no esperaba al amor. Solo esperaba a... alguien.
«Eva» pensé de nuevo, sumiéndome en toda esa historia de unas cuantas noches. Cada escena mi mente la recobraba como los negativos de una fotografía que no ha sido velada.
Le dí otra calada al cigarrillo.
Eva, lo último que supe de ella; no fue más que su sonrisa desaparecer entre las calles que tenían de frente a mi casa, mientras yo sostenía la mano de quien fue mi novia. De quien en ese momento, elegí por encima de cualquier cosa. Segundo grave error: Elegir lo que ya das por hecho, como perdido.
Pero intentarlo de nuevo, no fue tan malo, el amor existía, se sentía, pero no es eso, lo único importante en la vida. Aprendí, además, de las discusiones con ella, que las relaciones que se fracturan como los huesos de la mano cuando caes y chocas con el pavimento directamente, es una sola: Sanará, pero jamás el hueso se unirá como cuando una vez lo tuviste completo. Entero. Así, a veces... funciona el corazón.
Y aunque en estos momentos, siga sentado en la banca contemplando la noche nublada, con un cigarrillo en la boca, esperando que quizá esa hermosa mujer que una vez me dijo que se llamaba Eva, apareciera de nuevo. Sé, que aunque lo hiciera: ¿Qué me aseguraría de que se repitiera la experiencia?. ¡Nada! Había ya pasado tanto tiempo...
Y es que es tan fácil entregarse al entusiasmo y tan difícil aceptar la realidad.
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