Lo que un día pensé no me afectaría, hoy me tenía preso de la irritación. Es irónico que un día mi razonamiento me explicará que aquella mujer que era tan hermosa para mí, jamás se fijaría en un hombre como yo, me abandonara de pronto durante está estúpida noche. Ahora pensaba en las posibilidades que tuve, que pude tener en ese tiempo aquel donde no esperaba nada.
Y era esos pensamientos del pasado los que siempre me atormentaban. Facundo era ese hombre nostálgico e idiota que no dejaba de pensar en lo que pudo ser. Yo, ese estúpido Facundo siempre contemplaba lo que "pudo ser", lo que pudo ser con aquella mujer que se robo mi corazón hace años, que regresó, pero así como volvió, desapareció de nuevo, llevándose lo poco que una vez me quedaba: la dignidad. Y ahora, contemplaba el pasado, esa noche, donde pudo ser Eva, la mujer que podía sorprender en las noches...
—¿Te encuentras bien? —me preguntó la niña peliteñida de rojo. Me hizo caer en cuenta que seguía rodeado de un montón de desconocidos a los que parecía ya se le había terminado la marihuana.
—Estoy bien —respondí con hostilidad, e intentado levantarme para irme de allí. Ese no era mi lugar.
—Te ves afectado —continuó la joven pelirroja ignorando por completo mis intenciones de marcharme de aquel parque oscuro, frío y vacío. Sus presencias, en absoluto, llenaban mi soledad. Al menos en eso, Eva tenía razón: estaba solo.
La ignoré y me levanté.
—Si necesitas hablar, yo soy una persona que sabe escuchar —se ofreció la joven persistente.
Me tomé un minuto para contemplarla, para observarla, para preguntarme: por qué de repente tenía tanto interés en ayudarme.
—Facundo te llamas ¿no? —me interrumpió. Le asentí con la cabeza—. Esa mujer, que acaba de irse, ¿te gusta, verdad?
¿Qué si me gustaba Eva? ¿Tan evidente eran mis negras intenciones?, lo que me sorprendió era que el Facundo de hace años, no había ni siquiera considerado la idea de estar con Eva. Ese Facundo, era el realista. No el fantasioso soñador que pensaba que el mundo dictaminaba para él, una mujer mejor que su propia presencia.
—Tú no le gustas —sentenció la pelirroja después de un rato observándome cavilar.
Y aunque mi mente considerará la sentencia de aquella pelirroja desde el día que conocí a Eva, algo no estaba bien. Algo en mi pecho quería derrumbarse, la soledad se hacía más intensa, el calor en mi cuerpo se intensificaba, la ansiedad por mandar a la mierda a esa pelirroja y sus palabras aumentaban con los segundos.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunté con los ojos clavados en el cielo, esperando un respuesta que me subiera el animo y calmara mi desesperación.
—Digamos que es un instinto femenino —me respondió con una sonrisa.
Bajé la mirada y fije mis ojos en los suyos, de color miel. Yo no reí.
«Pero qué mierda» pensé... Cómo es posible que una completa desconocida hablara con tanta seguridad de la relación de alguien más. ¿Pero era el instinto femenino, una prueba concluyente para creer en sus palabras?. La esperanza de que estuviese equivocada, era la que cuestionaba su respuesta, aunque no se necesitara un instinto femenino para saberlo.
—¿Sabes qué pasa? —dijo la pelirroja teñida levantándose y acercándose a mí—. Perdona mi sinceridad —tanteó—. Pero hueles a desesperación.
Y claro, era está una noche como todas aquellas que las protagoniza una mujer, terminando yo: desconcertado, perplejo y fascinado.
—¿Cómo te llamas? —fue lo único que pude discrepar.
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