viernes, 30 de noviembre de 2012

Un hombre Incrédulo VI

Mi casa, un templo glorioso. Las paredes blancas relucían a la medida que subía las gradas para el segundo piso. Cruzamos la sala de computo, atravesamos un largo pasillo, la pintura falsa de Botero, hasta llegar a la puerta de madera con chapa de cobre dorada. Mi cuarto, mí palacio.

—Espero no te moleste, prefiero hablar en mi cuarto —le dije a la pelirroja, quién sonrió y asintió con la cabeza—. Siento que él sabe guardar mejores secretos que yo.

Los ojos de Lilyth se veían diferente, un poco más fríos, más vacíos. Inquietantes. Preocupantes.

—¿Quieres escuchar algo? —le pregunté intentando liberar las preocupaciones de su mente. Yo no esperaba solucionar sus problemas, resolver lo que sea que tenía. No, yo sólo deseaba comerle la boca. Sólo deseaba encontrar la forma más fácil de probar sus labios rojizos por el brillo labial de Nivea.

—Lo que tú quieras está bien —contestó y se sentó en la cama con toda confianza.

Mi cama, la que alguna vez presencio mi primera vez con la única mujer de la que me había enamorado, que en otra ocasión tuvo entre sus amplitudes el cuepro de Eva recostado sobre el mío, y que hoy, presenciaría mi más oscuro deseo de seducir a una completa desconocida influenciado por el despecho, la soledad y la desesperación hormonal.

—¿A qué debo tu sorpresiva visita? —le pregunté dándole la espalda, conectando mi iPod al reproductor que estaba en el escritorio. No me fijé en que era lo que realmente iba a sonar, pero me sorprendí cuando la primera canción que de forma aleatoria eligió mi reproductor musical fue "Zoom" de Soda Stereo.

Esa canción me emocionaba.

—Eva me ha habló un poco de ti —contestó; yo me giré para mirarla a la cara, pero ella miraba a otro lado, uno donde no estaba yo, donde sólo estaba ella.

—Que te dijo —la canción de Soda Stereo retumbaba en mi cabeza confusa. Mientras pensaba en qué podría haber dicho Eva de mí; mientras pensaba que la mujer que deseaba ahora en mi cuarto como aquella noche, no era pelirroja, era una rubia de ojos claros con cuerpo perfecto y mirada penetrante; al mismo tiempo deseaba que Lilyth dejara de hablar y nos besáramos así, sin más, sin explicación, sin méritos, sin tiempo...

—Que eras una persona confiable —dijo—. Y por eso estoy aquí.

«¿Confiable?» me pregunté. ¡A Eva le parecía yo confiable! «¿Qué?».

—Sí, alguien con quien se puede hablar sin juicios morales —complementó al ver mi cara de consternación.

—¿Te sucede algo malo? —le pregunté ya inquieto y ansioso. De qué mierda se trataba todo eso. De que mierda estaba hablando.

—Sí —contestó y de pronto sus ojos mostraron pasión, calor, mostraron la vida de la que había carecido cuando entro.

Me senté a su lado.

La miré fijamente atraído por la fiereza de sus ojos.

Lilyth no parecía querer concluir la respuesta aunque le estuviese dando el espacio para hacerlo, y yo, mientras tanto, mientras le brindaba el espacio para que concluyera, no podía dejar de mirarla. Ahora que estaba más cerca de ella sin tener alrededor un parque vacío, carente de luz y de comodidades, aquella joven peliroja me parecía bastante (muy) atractiva. Tenía los ojos delineados de negro y las pestañas grandes.

Eso sí, mientras la miraba intentaba ignorar su atractivo escote. No quería parecer uno de esos ñoños necesitados y morbosos.

Me acerqué, no podía permitirme vacilar, y aunque me diera curiosidad saber que hacía allí, y aunque me muriera por saber que significaba aquella visita, y que tenía que ver Eva con todo esto, lo que más deseaba en ese momento, era tener mis labios cerca de los suyos. Por encima de cualquier cosa. Por encima de mi razonamiento.

—Esa banda es diferente a todas las que alguna vez he escuchado —me interrumpió, no me había dado cuenta que me había acercado mucho, tanto, que su nariz estaba a pocos centímetros de la mía. A veces, me transporta más de la cuenta... 

—A mí me encanta —le contesté volviendo a tomar distancia, percibiendo que aquella interrupción era una advertencia aunque ella no se hubiese inmutado en absoluto. 

Quise olvidarlo, controlar mis estúpidos impulsos hormonales. Quise respetar el espacio de la joven pelirroja, y preguntarle de nuevo, que era lo que de verdad quería. Pero antes de volver articular palabra alguna, ella me interrumpió de nuevo. Me miró, y me cantó:

Pruebame y veraz, que todos somos adictos —tenía una linda voz, quizá no tan melodiosa, quizá un poco gruesa y plana, pero linda a su manera. Sonrió y no pude aguantarlo más, me acerqué, recibí el aliento de un nuevo verso—. Lo que seduce nunca suele estar donde se piensa...

La callé, callé su canto en ese momento, en ese momento la besé. Pose mis labios sobre los rojizos labios de ella. El brillo, sí, sabía a cereza, como sabían sus besos. 

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