martes, 6 de noviembre de 2012

Un hombre Incrédulo II

Estábamos sentados en circulo. La joven peliteñida de rojo lideraba el grupo, al rededor de ella y tímidamente apartados de mí, estaba un joven con una cresta de esas que tienen significados culturales, pero que para ese joven, solo era moda. O eso podía deducir uno, con las pocas pendejadas que decía. Le seguían una joven de cabello castaño ondulado, con un escote que dejaba entre verle las enormes tetas, que de no ser por la hermosa mujer rubia de ojos claros al lado mío, no dejaría de ver disimuladamente; pero, mi atención aunque no fija en sus ojos, la tenía Eva que con esa amplía sonrisa, estaba sentada a mi lado.

Giré disimuladamente para verla de perfil. Su perfecta nariz, y sus ojos destellaban cada vez que alumbraba el porro de marihuana en la boca de los jóvenes que acompañábamos.

«¿Era posible ver a Eva sin sonreír, algún día habría tenido un motivo para llorar?» me dio curiosidad al ver su rostro siempre con una perfecta armonía entre su intensa mirada, y su tierna sonrisa. Nada en ella, era exagerado, o imperfecto, nada en ella, parecía estar en fuera de lugar.

—¿Estás bien? —me preguntó la joven peliteñida con los ojos clavados en mí—. ¿Pareces abrumado?
—No te preocupes por sus estados mentales. Usualmente siempre está imaginando más de lo normal —intervino Eva sin mirarme. ¿Acaso recordaba aquella primera vez?, tendría qué, para dar una respuesta como aquella. A la cual, como siempre, sólo ofrecí mi sonrisa.
—¿Cuántos años tienes? —me preguntó de nuevo la chica peliteñida.
—22 —contesté.

La chica peliteñida no dejaba de mirarme cuando llegó el porro de marihuana a mis manos, y tener a Eva a mi lado era ya bastante intimidante, como para que ahora, tuviese que sumarle la intensa mirada de la joven pelirroja.

—¿No vas a fumar? —me preguntó la chica. Miré el cigarrillo natural consumiendo sus ramas envueltas en un papel de seda muy fino.

«¿Eva se drogaba?» pensé. La tenía a mi lado, y quería hacerle tantas preguntas. Pero... ni siquiera daba señales para conversar.

—¿Y bien? —me apresurarón los demás jóvenes drogados.
—Preferiría no hacerlo —contesté.
—¿Te molesta? —me preguntó la chica peliteñida decepcionada. Como si aquella respuesta pudiera perjudicarla.

Miré a Eva antes de contestar, ella me miraba con una amplía sonrisa. Acaso nunca iba a dejar de sonreír.

—La verdad no tengo nada en contra de la marihuana —empecé. Y era verdad, no tenía absolutamente nada en contra de ello, la verdad era que si fumaba me volvía "una cualquiera", era como si me emborrachara, me volvía más emocional, más impulsivo y más idiotamente filosófico—. Pero la verdad no me divierte.
—A él deben divertirle esas cosas aburridas —intervino la joven acompañante de la pelirroja. Sí, esa, la del escote grande.
—¿Que pueden ser esas cosas aburridas? —le pregunté ofendido.
—Fumar hierba, por ejemplo —respondió Eva y sonrío. Todos los demás la siguieron.
—Pero eso a ti es lo que más te divierte ¿verdad? —respondí sin pensar. Abochornado miré a otro lugar.
—La verdad es que no. A veces estás cosas, sirven para ampliar las perspectivas de las personas, de la vida, la misma razón por la cual tu también lo harías.
—¿Él lo hace? —preguntó la chica pelirroja entusiasmada y animada.

Fruncí el ceño ¿Y cómo diablos sabía ella si yo fumaba hierba o no?.

—Sí —contesté finalmente—. Pero no es algo que se pueda hacer con cualquier persona.

Eva me arrebató el porro de marihuana, se lo llevo a la boca por menos de tres segundos, absorbió y dejo salir rápidamente el humo. No era así, como la gente que usualmente fuma, lo haría.

—¿Tanto has cambiado que ahora, eres un hombre mesurado? —dijo cuando ya había devuelto el porro a los demás. Y por vez primera, la veía muy sería. Tanto, que no fui incapaz de meditar lo que iba a decir. Había algo tan arrogante en su voz, que no me permitía conservar la calma, que no podía simplemente dejar pasar sus reproches, que no tenían lugar, ni sentido.
—Si tienes que preguntar eso, nunca me conociste realmente —contesté—. De hecho, el tiempo no te alcanzo para hacerlo —¡Bravo Facundo! Lo hiciste de nuevo, dejaste de pensar por un minuto y de pronto, vuelves una mierda todo.

Los demás jóvenes fumaban y sin decir nada contemplaban la discusión. No dejaban de mirarnos, la discusión parecía entretenerlos. Bueno la verdad es que para un par de drogados, cualquier mierda puede entretenerlos.

—Hipócrita —susurró Eva y se levantó sin decir nada más. Se despidió de todos los demás, mientras yo fijaba colérico la mirada a otro lado.

Eva llegó hasta donde estaba yo sentado. Se agachó, me besó la mejilla y se despidió:

—Nos vemos uno de estos días que vuelvas a sentirte solo —completó con esa dulce y serena voz. Aunque, no fui capaz de decirle nada, sabía que sus palabras habían perdido un poco ese calor que la caracterizaba cuando la conocí la primera noche.

Eva se marchó dando pasos certeros y seguros. Su espalda recta, su cintura perfecta, y su ropa casual pero sensual desaparecían de mi vista, mientras yo tergiversaba e imaginaba —como decía ella—, cualquier cosa que pudiera significar su despedida. Estúpida y sincera Eva. Ni siquiera podía refutar su actitud. ¿Cómo podía saber tanto de mí sin tener que haberle dicho nada?...

«Es la mujer más inteligente que alguna vez hayas conocido», me dijo la consciencia.

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