sábado, 23 de enero de 2016

El regreso de una Hemrosa Mujer V

El descaro


Estaba en la banca de un viejo parque, cerca de la casa donde vivía hace un par de años. Miraba el cielo azul celeste, totalmente despejado. Pocas veces en la ciudad se veía tan increíble. Sentí la brisa del viento chocar con mi cabello, pegarme en la cara y recordarme lo esplendido que es estar vivo. 

Miré los viejos árboles, el parque no había cambiado mucho desde la última vez que había estado allí, tantos años atrás. Ese parque me había ofrecido muchas satisfacciones y oportunidades. Recordé el día que conocí a Eva, y me dieron ganas de fumar. Pero era un vicio que había dejado hace rato. 

Respiré profundo y controle la ansiedad.

—¿Llevas mucho tiempo aquí? —me preguntó la voz de la chica que estaba esperando.

—Hola Alex —negué con la cabeza. 

Ella se sentó a mi lado en la banca del parque. Miro las marcas que me habían quedado de la paliza, morados en el labio y el ojo izquierdo. Pero no me veía tan mal…o eso cría. 

—¿Por qué me has llamado? —preguntó.

—Tenía ganas de verte —mentí. 

Tenía un plan y después de un par de días, era mejor ejecutarlo antes de que fuese demasiado tarde. Aunque en el fondo de mi corazón, sabía que era una mala idea, y que en realidad la vida me estaba poniendo frente a mí, personas que probablemente valían la pena. Pero yo no era esa clase de persona que escuchaba a la vida, me había convertido en un hombre despiadado, corriente y caprichoso. 

Estuvimos una hora en el parque, hablando de pendejadas, tomamos unas cervezas, caminamos, nos sentamos en el pasto. Me di cuenta que vivía sola, que su color favorito era el amarillo, que amaba los perros, que su padre había muerto y que por esa razón, aunque ella no lo admitiera, siempre buscaba estar acompañada por un hombre. También supe de su ex pareja, un hombre miserable que la maltrataba psicológicamente. Pero eso sí, nunca mencionamos a Eva en nuestras conversaciones. Bueno, en fin. Alex, era una de esas mujeres atormentadas por la vida. Pero aquello, no me detenía, me importaba una mierda. Debía seguir adelante con mi plan. 

Mientras estábamos en silencio contemplando la naturaleza del parque solitario, ella sacó un porro de marihuana del bolso.

—¿Fumas? —pregunté anonadado.

Ella sonrió.

—¿Si no fumara traería esto conmigo?

Tan obvia como Eva, supuse que quizá por eso eran amigas. Debían entenderse tan bien, que probablemente eran de esas mujeres que se burlaban de la estupidez de los hombres.

Encendió el porro, le dio una calada y me convido. 

A pesar de haber dejado el cigarrillo y no haberme drogado por tantos años, acepte con verdadera emoción aquel cigarrillo natural, tan exquisito y aterrador. Fumé, una, dos, y tres veces… El humo que salía de mi boca, de su boca, me deleitaba. Me atrapaba en su telaraña mientras todo a mí alrededor se agudizaba. Mi boca, mis ojos, mi piel… Me quede viendo a Alex a los ojos miel, ella sólo reía. 

Tenía la marihuana ese efecto tonto en ella. 

—¿Qué pasa? —pero no le di respuesta. Simplemente la besé, allí sentados en el pasto. Mis labios sentían con intensidad los suyos. Eran gruesos pero tenían un sabor a vainilla mezclado con hierba. 

Ella abrió los ojos sorprendida después de que mi boca la hubiese dejado ir. 

—Creo que es mejor que me vaya —dijo.

—Puedo acompañarte —respondí sin dejarla de mirar fijamente. La intimidaba, y de eso me daba cuenta. Era algo que debía explotar. 

Ella avergonzada, no le quedó más remedio que aceptar.

El recorrido hasta su casa fue silencioso, el taxista nos miraba con disimulo por el retrovisor. En medio de mi traba, pensaba que él sabía que estábamos fumados, y conocía las negras intenciones por las cuales estaba yo acompañando a esa chica alta de cabello negro hasta su casa. Me ponía nervioso ese jodido taxista. 

Recordé por qué había dejado de fumar. Paranoia. 

El carro se detuvo. Respiré. Me tranquilice. Nos bajamos. Vivía en una casa de un solo nivel, a media hora de la casa de mis padres. Quizá a cuarenta minutos de mi apartamento. Técnicamente seguía siendo el sur de la ciudad. 

—¿Puedes regalarme un vaso con agua? —le dije. La excusa perfecta para permitir que el taxi se marchara y la pudiera acompañar hasta la puerta.

Ella asintió con la cabeza. Entramos a su casa, era lujosa. Tenía una sala con muebles que hacían una L, jarrones y estatuas. Más al fondo estaba el comedor, una mesa redonda de madera con sillas también de madera alrededor. Caminé con cautela, tenía curiosidad quería ver todo el lugar mientras ella iba por el vaso con agua a la cocina. 

—Aquí tienes —me tendió el vaso con agua.

Le di un sorbo, la miré y luego al equipo de sonido que estaba en la sala.

—¿Puedes poner algo de música? —le pregunté.

Ella sonrió. Al parecer, ya se había percatado que no estaba allí sólo por un vaso de agua. Sin embargo, Alex continuó y encendió el equipo de sonido. Puso la música que le gustaba. 

He pecado de Cabas empezó a sonar con el volumen muy alto. Deje el vaso con agua en la mesa de estar, cerca de los muebles. Me paré frente a ella y la besé de nuevo. Mordisqueé su labio inferior, mis manos la sujetaron por la cintura y la pegué a mi cuerpo. Estaba excitado. Nuestras lenguas se entrelazaron y mis manos empezaron a subir por su espalda. Volví a jugar con su boca y mientras tanto mis manos bajaban hasta sus nalgas. 

La recosté a una de las paredes de la sala, sólo éramos ella y yo en su casa. Me sujeto las manos con fuerza y apartó su rostro de mi cara.

—¿Por qué haces esto? —me preguntó.

Yo sonreí. 

—Si quieres saberlo, deberíamos ir a tu cuarto.

Alex se quedó un minuto mirándome, pensando quizá lo que debería hacer. ¿Qué era lo correcto?, pero tome sus manos y la pase por mi abdomen, por mi cintura, y la besé de nuevo. 

Yo no le daría tiempo para pensar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario