martes, 19 de enero de 2016

El regreso de una hermosa mujer I

Whisky


Allí estaba yo. Sentado en la barra del bar con un vaso de whisky en la mano. Mirando fijamente a una chica de cabello negro y ojos oscuros, tenía el vestido fruncido al cuerpo sudado por la aglomeración de personas en el bar. Sí, la verdad era que esperaba terminar la noche en medio de sus piernas. No se veía muy lista, tenía una botella de ron entre las manos y parecía esperar a que alguien la abordara. ¿Qué más haría una mujer en un bar de música Americana bebiendo sola? 

Al cabo de un rato me miró y se percató de que la estaba viendo. Le sonreí sin dejar de observarla. Quería que sintiera que había una conexión inexistente entre los dos. No le diría mi nombre, no sabría nada de mí. Sexo, licor y un sutil adiós. Ese era el plan. 

Le di un trago al vaso de whisky y medité por un momento. ¿Habían pasado ya tantos años desde la última vez que me enamoré? ¿Habían pasado ya tantos años desde que era un mocoso con inseguridades?... Allí estaba yo. En un bar de alta alcurnia esperando que algo emocionante me sucediera. Esa era la verdad. Mi verdad. Quería que algo emocionante me sucediera desde hace años. Mi trabajo era una porquería, no toleraba a mis compañeros. No era nada de lo que había soñado, de lo que me había imaginado cinco años atrás. Lo que quería para mí. Filosofía, café, y amor. En cambio, tenía soledad, alcohol, y sexo casual. ¡Já!, muchos desearían esa vida. Bueno, ese no era yo, yo no la deseaba, pero aun así, no tenía nada más que perder. 

No tenía ni la más puta idea de quién era ahora. 

«Sigues pensando estupideces» concluí y me bogué lo que quedaba del whisky. Me levanté de la silla y caminé con seguridad donde se encontraba la chica de cabello negro. Bajó la mirada cuando se enteró de mi intención por acercarme. Era una chica tonta después de todo. 

—Hola —la saludé, ella alzó la vista para mirarme—. Se me acabo el whisky y me preguntaba si podrías brindarme un poco de Ron. 

Ella asintió con la cabeza y sirvió en una copa. 

—¿Vienes sola? —le pregunté mientras me bogaba el trago.

—No, quede de encontrarme con una amiga aquí. Pero está tardando demasiado —no apreciaba bien su voz, la música estaba muy alta. Pero algo era seguro, la voz de Freddie Mercury era más sensual que la suya.

Luego, me fije en su rostro, no mentía. Chica tonta después de todo. 

—Quizá te pueda acompañar en tan tediosa espera. 

Ella sonrió.

Me senté a su lado. Le pregunté bobadas que no me interesaban. Ella reía y cada vez se veía más abierta a la hora de contestar. Sin embargo, nunca le pregunté cómo se llamaba, eso implicaba que deseaba saber quien era. Y la verdad, me importaba una mierda. 

 —¿Y tú quién eres? —me preguntó y sonreí. 

¿Por qué era tan duro para algunas chicas aceptar las casualidades, follar y despedirse? Es cuestión de hormonas. Pero no, creen que el amor puede estar allí. Bueno, en realidad no sólo ellas. Creer que el amor puede estar en cualquier lugar, sin importar que fuese un tonto bar, y ebrios, era de verdad una tontería. 

—Alguien que puede decirte quien eres —ella se impresionó. Yo hice un ademan con las manos, exhibiendo la soberbia y la petulancia que había adquirido en los últimos años. La observé de arriba abajo—. Estas muy elegante para hacer planes en un bar como este. Muy bien maquillada y tienes el cabello arreglado. Vienes de otra parte, quizá por la botella, y la decepción en tus ojos, probablemente el chico con el que salías te plantó —hice un gestó con los ojos—. Es muy triste, lo lamento.

—No estaba saliendo con él —respondió sorprendida—. Era la primera cita —corrigió.
Me contuve de reír.

—No te preocupes. Ahora estás en una cita conmigo —dije.

Me levanté y me acerque a ella. Acaricié su mejilla y le sonreí. Vi como adquirían un color rosado su rostro. Estaba intimidada, y esa era la señal final. 

—¿Quieres ir a mi casa? —hace un año vivía solo. Y aunque no era un apartamento de lujo, tenía todo para sobrevivir de la soledad allí. Y si le sumabas mujeres al azar, entonces no todo era tan malo.

—No creo que quiera ir a tu casa —dijo una voz muy cerca de nosotros.

—¡Eva! —la saludó emocionada la que pretendía fuese mi compañera nocturna—. ¡Qué bueno verte!.

Me quedé atónito. 

¿Era posible que la mujer más hermosa que había conocido nunca hubiese aparecido de repente? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario