Confesiones
Hacía
frío, pero la Luna resplandecía amarilla, redonda, imponente, entre lo más alto
del cielo. Y allí estaba yo, de pie en el parque donde tantas noches lloré
cuando era chico, donde bese a la chica que amé tantos años, donde conocí a Eva
y descubrí que siempre habría algo mejor en el futuro, la esperanza de volver a
sentir el corazón palpitar deprisa. Donde conocí a su hermana, donde fume
marihuana por primera vez. Y dónde esperaría, todo concluyera. Para bien o para
mal, ella debía saber todo lo que he cargado por dentro tantos años.
Tenía
los audífonos puestos y escuchaba Bajo El Agua de Manuel Medrano. Los sonidos
de la guitarra mitigaban la ansiedad que tenía. Eso, y el hecho de caminar de
un lado a otro como un tonto. Ya eran más de las ocho y Eva no aparecía.
¿Vendría? En el fondo de mi corazón esperaba que no lo hiciera. No quería que
la fantasía que construía en mi cabeza terminará. Quería continuar pensando que
fui algo especial para ella en el pasado, y que verme podría constituir cierta
incertidumbre. Pero eso, tan sólo era algo que yo pensaba.
Fantasías.
Respiré
profundo y deje salir el aire caliente de mi boca. Cerré los ojos con fuerza y
cuando los abrí, pude verla venir. Caminaba tranquila y sin prisa por el camino
desgastado del parque, llevaba un jean ajustado y una blusa negra que dejaba
ver sus hombros. Su cintura destacaba en cada paso que daba. No sonreía y
llevaba el cabello rubio suelto. El viendo lo movía y al andar golpeaba con sus
hombros.
A
la medida de que Eva se acercaba, mi corazón palpitaba cada vez más rápido.
Descontrolado. Estaba nervioso. Por fin tendríamos esa charla que debimos tener
hace tantos años. Quizá ahora no importaría, aunque deseaba intensamente que
algo emocionante me sucediera junto a ella, lo hacía por la tranquilidad que me
generaba alejar la frustración que un día me albergo cuando pensaba en las
posibilidades que tuve de besarla todos los días.
—Hola
—me saludo. Estaba sería y tenía la mirada helada. Y aunque sus ojos azules
como el cielo eran maravillosos, la Eva que yo conocía, siempre tenía los ojos
palpitando de alegría. ¿Qué le pasaba?
—Estas
aquí —apunté. Me tembló la voz.
Ella
sonrió.
—Cómo
es que han pasado tantos años y aún te muestras tan tonto.
No
había nada que se le pasará por alto. Maldita y sensual mujer.
—Ahora
dime —continuó ella. La sonrisa de su rostro desapareció—. ¿Qué hago aquí
Facundo?
Mis
ojos albergaban desesperación, ansiedad, miedo y tristeza. Intentaba
controlarlo, pero era incapaz de hacerlo. Ella de tanto, sólo esperaba que yo dijera
algo.
¿Por
dónde empezar carajo?
—¿Sólo
vine a verte poner esa cara? —insistió. Miró alrededor y buscó donde sentarse—.
Será mejor que me acomode mientras eres capaz de decir algo.
Sonreí
y la seguí.
—Yo
no te he olvidado —empecé—. Desde el día que te conocí hasta ahora… Eva,
siempre te he mantenido viva, aunque no supiera nada de ti. Simplemente
desapareciste y eso no es justo.
Ella
frunció el ceño.
—No
éramos nada. Ni siquiera amigos.
—Mientes
—tenía que abrirme totalmente, si deseaba que ella hiciera lo mismo—. Entre tú
y yo hubo algo espacial.
—Sí
lo hubo —confirmó ella sin dejar de mirarme a la cara—. Hasta que decidiste
acostarte con mi hermana menor.
—Eso
fue un error —me defendí—. Ella nunca me dijo que era tu hermana.
—Por
favor —hizo cara de pocos amigos.
—Lo
supe después de haberlo hecho —le conté—. Y me sentí como la peor mierda del
mundo.
—No
lo creo —no dejaba de mirarme a la cara. Esa mujer tan hermosa, y tan
intimidante—. Eres de esos hombres, de los que albergan soledad y melancolía,
de los que suplen el sexo por amor. De los idiotas que yo siempre esperaba no
toparme.
Callé.
¿Qué podía decir? Era verdad…
—Mi
hermana espero tu llamada por un mes…
—¿Qué
podía hacer? —Dije con sinceridad—. Ella no era la mujer que yo quería en mi
vida.
—¿Y
acostumbras igual a tomar las cosas que no quieres como tuyas?
Agaché
la mirada. Me sentía avergonzado y dolido… como un ladrón. No se encaminaba al final
romántico que esperaba.
—Yo
sé que sientes por mí —continuó ella—. Y mira, sigues haciendo lo mismo. ¿Era
necesario acostarte con Alex?
La
miré a los ojos.
—Tú
también has hecho muchas cosas sólo porque puedes hacerlas —me defendí. Ella
era de esas mujeres. No le temía al sexo, muchas veces tuvo sus encuentros.
Defendida por la ley de la atracción y la naturaleza. Muchas veces sólo buscaba
complacer sus instintos, y allí estaba, juzgándome.
El
turno de callar era de ella.
Me
quedé viéndola fijamente a los ojos azules como el cielo, como el mar, como el
vacío. ¿Qué pasa contigo Eva?, pensé mientras instintivamente mis manos
acariciaron sus mejillas. Escondí un mechón de cabello detrás de su oreja y
sonreí.
—Hemos
hecho mal muchas cosas Eva —dije.
—Tú
aún no aprendes —dijo ella sin presentar alguna molestia por mi acercamiento.
—Es
tan lindo verte…
Ella
sonrió.
—¿Por
eso te acostaste con Alex —volvió a reír con soberbia. No me sorprendía que se
lo hubiese contado, al fin y al cabo son amigos—. Porque querías verme?
Tragué
saliva. El haberme acostado con Alex, era sólo el deseo que debía completar de
la otra noche. Era mi instinto autodestructivo hablando por mí.
—A
veces creo que hago algunas cosas con el fin de sabotearme —confesé.
—Eso
explica muchas cosas —dijo—. Pero sabes, ella es especial.
—Qué
—cómo podía simplemente decir eso en este momento cuando se trataba de ella y
yo.
—Mi
hermana se fue al extranjero decepcionada de ti y no ha vuelto. Te odié… —continuó—.
Y Alex fue quien me convenció de venir. Dijo que si te habías esforzado tanto
en conseguir ese número era porque realmente tenías algo que decir —atisbe un
poco de nostalgia y dolor en sus ojos—. Deje al lado mi resentimiento y mira,
estoy aquí sentada esperando que digas algo sensato…
—Estoy
sentando a tu lado, abriéndome como nunca lo he hecho —pensé un momento—.
Contigo puedo ser siempre yo mismo. Ese tonto, torpe, romántico, y vulnerable
ser humano que estás viendo ahora, soy yo. Hay cosas que no puedo arreglar,
pero puedo pensar en como podría hacer las cosas mejor ahora.
—¿Y
de qué me sirve todo eso facundo?
La
calle con un beso. De pronto mi instinto solo empujó mi cara a la suya, y volví
a saborear esos labios dulces, melocotón y marihuana. Estaban fríos. Eran como los recordaba. Mis manos
la sujetaron de la cara y la besé con más pasión, con más fuerza. No quería
detenerme.
Ella
era lo que yo quería en mi vida. Esa era la verdad.
Nuestros
labios se separaron y su mirada era diferente. Había algo de luz, pero también
remordimiento. Sé que había sentido lo mismo que yo. Estaba seguro que pude
trasmitirle todas las emociones que albergaba por años en ese beso.
Ella
me tomó de las manos y permanecimos callados hasta que sonrió.
—Han
pasado muchos años y la vida no se detiene, sabes…. —empezó—. Ahora estoy
enamorada de otro hombre —mi corazón explotó en mil pedazos. Un frío recorrió
mis entrañas y la oscuridad carcomía el poco amor que me quedaba dentro—. Y
tengo una hija con él…
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