Tenía mi cigarrillo bien sujeto con los dedos. Había empezado a fumar de nuevo, desde que aquella mujer dejo ese hueco en mi interior. Desde el día que decidió empacar sus sentimientos y llevárselos lejos de mí y más cerca de otro. Fumar, era uno de esos placeres que ahora disfrutaba en soledad.
La banca del parque central de la ciudad donde me encontraba sentado, era confortable, lo que no era confortable eran los recuerdos de una mujer hermosa, y perfecta, una de esas mujeres que no sabes tú, como logran meterse con un tipo como yo, de poca gracia y malhumorado. Amores que solo ocurren una vez, no encontraría mujer más hermosa, no, una que de verdad quisiera estar conmigo. Le di otra calada al cigarrillo.
—Me regalas candela —me pidió una mujer que rompió los hilos melancólicos de mis pensamientos.
Saque la candela, una de esas candelas que cuando se abren encienden la llama. Al menos era sofisticado. La mujer, a la que contemplé mientras le ofrecía el fuego para que encendiera un cigarrillo que ella misma llevaba en las manos, quedó asombrada. Debió pensar también, que yo, era un hombre sofisticado.
Cuando encendió el cigarrillo, logré salir de mis recuerdos, y fijarme en ella. Era hermosa, rubia, de ojos claros, y con un cuerpo deseable. Para nada voluptuoso, sus senos, eran simplemente la combinación perfecta con su cintura, y su empinada cola. Eso sí, me toco levantarme de la banca y hacer una pirueta para poder ver su cola. Ella me sonrió al ver el torpe intento por detallarla. Le divertía.
—¿Qué haces tan tarde en un lugar como éste? —le pregunté bajando el cigarrillo. Ella fijo sus ojos azules en los míos, para nada azules.
—Lo mismo que tú. Solo quiero disfrutar de un cigarrillo, y realmente el problema era que no podía dormir. Así que decidí hacer la noche interesante —su voz era una tenue brisa. ¿Podría ser más perfecta?.
—¿No temes que sea un horripilante hombre morboso que intente violarte? —le pregunté. Una mujer tan bella, en un parque a eso de media noche. No era una buena cosa, o no una buena mujer.
—Tengo buen ojo para los hombres —dijo y sonrió. Esa sonrisa me recordó a esa mujer, que se llevo su rostro fuera de mi alcance. Maldita sea, como podía pensar en ella, teniendo una hermosa mujer frente a mis ojos.
Intenté sonreír con disimulo ocultando mi melancolía, que por desgracia fue bastante evidente.
—¿Estas bien? —me preguntó de inmediato poniendo un gesto preocupado. Sus ojos se abrieron y la comisura de su sonrisa desapareció.
—Me preocupan la muerte de las ballenas —le dije y ella frunció el ceño. Yo reí.
Estuvimos en ese parque al menos tres horas conversando, nos fumamos toda la cajetillas de cigarrillos que yo había comprado para una semana. Y durante esas tres horas, logré dejar de pensar en esa mujer que se había robado mi corazón, para contemplar una nueva mujer que su hermosura, era incomparable además de inalcanzable. Saber eso, evitaba que yo tuviera algún tipo de intención con ella, era transparente, pero no del todo sincero, no quería que supiese mis desgracias, que no la supiese nadie.
Esa mujer sentada a mi lado con un jean y una blusa negra de tiras, rodeada de un buso de tela delgado, era una mujer que podría fijarse en cualquier otro tipo, mucho más bello e inteligente que yo (bueno, inteligente no lo sé), y la idea me reconfortaba y no me molestaba.
—No sé tu nombre —me preguntó y en sus ojos había un destello. Yo la contemple en silencio. ¿Será que haber hablado de los idiotas poemas de Neruda la había emocionado?
—Me llamo Facu —contesté al cabo de un rato—. Bueno, me llamo Facundo, pero puedes decirme Facu.
—Me llamo Eva —dijo ella por iniciativa propia. De nuevo su voz retumbo en mis oídos como el canto de una golondrina. Me extendió la mano y yo se la estreche, en un gesto formal de presentarnos.
—Lindo nombre —fue la única idiotez que se me ocurrió decir. El último cigarrillo que me quedaba se consumió. Baje la mirada y me perdí en el humo que quedaba.
—Mirá —me dijo y ofreció su cigarrillo que iba a la mitad.
—¿Siempre fumas? —le pregunté recibiendo el cigarrillo de sus manos y rozando sus dedos. Tenía una piel esplendida, suave. Bueno, al menos las de sus dedos.
—Eres de esos hombres que les molesta que las mujeres fumen, porque es poco femenino —respondió ella frunciendo el entrecejo. Yo me reí.
—La verdad, me parece un atractivo más de ti —ella sonrió y sus mejillas se tornaron de otro color, uno más rosado.
—¿Qué es lo que te gusta de una mujer? —no podía creer que me hubiese preguntado eso, después de tocar temas del siglo XVIII, la literatura, el cine, y otras idioteces de seudosintelectuales, me preguntaba por mujeres. ¡Carajo!, que iba yo a responderle...
Ella esperaba pacientemente mi respuesta. Yo meditaba mis palabras. No quería simplemente describir aquella mujer que una vez se marcho con mi corazón sin devolverlo. No quería simplemente quedar en evidencia, y demostrar lo patético que era ese hombre con el que había compartido al menos 20 cigarrillos y una placentera charla.
—Una con la que pueda fumar y pueda follar —respondí finalmente, presa del pánico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario