sábado, 7 de enero de 2012

Una hermosa mujer III

Me temblaban las piernas, tenía que concentrarme en caminar. Esa rubia de ojos claros, me ponía nervioso. Era fácil estar sentado y concentrarme en el humo del cigarrillo para dejar que mi mente se aclimatara a su presencia, pero tenerla caminando a un lado de mí, y tan cerca, era algo diferente. Sólo miraba al frente, temía que si llegase a mirarla mientras caminábamos tropezara e hiciera ese ridículo que tantas veces hice con aquella mujer que un día entro en mi vida.

—¿En qué piensas? —rompió el silencio Eva mientras recorríamos el parque central de la ciudad. El aire frío y el viento, extendían su aroma hasta mi nariz, otro punto que me desconcentraba. No solo porque olía muy bien, si no, porque entonces, me imaginaba a aquella mujer. Era mucha presión y yo un tonto.
—Nada en particular —contesté.
—¿Entonces no vamos para ningún lugar en particular? —preguntó ella; su voz con un tenue acento que mostraba la fineza y la clase educada de persona que debía ser.
—¿Te molesta en recorrer el parque?
—Es muy lindo, pero ya lo conozco —discrepó.

Las bombillas iluminaban el camino de cemento entre tanto verde. Los arboles se movían suavemente por la corriente de aire frío que nos rozaba la piel. Algunos vagabundos nos miraban —en especial a mí— con mucha curiosidad. Y los entendía. ¿Qué hacia un pelmazo como yo, caminando con una mujer como ella?

—¿A dónde quieres ir? —le pregunté intentando no tropezar con una ramita que había en el camino. Cualquier obstáculo por más pequeño que fuera, era un peligro en mi estado. Somnoliento y estúpido.
—Quizá te recibiría una buena copa de vino, en un lugar más tranquilo —dijo ella, no me acostumbraba a su hermosa voz—. Tal vez, allí podamos hablar de nuestras pasiones, y por qué no, del arte.
—¿Un lugar más tranquilo...? —tuve que tragar saliva.
—¿No conoces ninguno? —dijo Eva con una sonrisa. Ella al menos, sabía de qué hablaba. Yo de tanto: ¿de qué coño hablaba?...

Me quede en silencio contemplando las luces que iluminaban el camino. Su aroma me mortificaba, además de cautivarme.

—¿Vives solo? —preguntó conteniendo una risa. Debe pensar que soy un idiota que no sabe tratar a una mujer. Bueno, la verdad es que así es.
—No. Pero es como si viviera solo —le contesté.
—¿Por qué?
—Mis padres se la pasan en su habitación y yo en la mía.
—Suena perfecto entonces —contestó de nuevo con una risita. No le veía la cara, no era capaz de mirarla, pero la imaginé, y no pude contener de nuevo los temblores que se prolongaban hasta mis manos.

Volví a tragar saliva. Ya estábamos a la salida del parque.

—A veces pareciera que no sabes tratar a una mujer, o entenderla —dijo ella con seriedad.

Por fin volteé la cabeza 60 grados para mirarla. Ella contemplaba el cielo. Y estaba seria.

—¿Y quién puede entenderlas? —ella se rió.
—Tienes razón —corroboró con otra enorme sonrisa que me dedico mirándome a los ojos—. La verdad es que pareces un seductor, pero entonces, no eres más que un chico tímido. Y es raro, porque las palabras de la otra noche, no eran para nada algo así.

Estábamos de píe al final del parque. Y yo solo podía pensar en dos cosas: Esa hermosa mujer a mi lado, creo yo, haciendo una especie de insinuación, y a otra mujer, que una vez conocí con el mismo aroma, de la cual, nunca había superado su pérdida.

—Digamos que hay momentos para todo —dije.
—¿Y este momento para qué es? —preguntó con curiosidad, lo podía saber por la forma en que se encuevaban las cejas. Ahora que ya no podía dejar de mirarla.
—¿Para ir a mi casa? —dije inseguro.
—Es una buena idea —se volvió a reír—. ¿Es lejos de aquí?
—No, podemos llegar caminando.
—Entonces somos vecinos —dijo ella acercándose más a mi cuerpo. Las piernas volvieron a temblarme.
—Hola vecina —dije asustado, no podía pensar con claridad. Idiota, idiota, idiota.

Ella se rió y mostró su perfecta dentadura. ¡Carajo! ¿Dónde estaba su imperfección?... Retomamos el camino para ir a mi casa, que estaba a dos cuadras del parque. Por suerte, mi familia no era cualquier familia, y mi casa, no era cualquier casa. Eso al menos, podría impresionarla. Aunque, pensando en ella, me imagino que todo lo que tengo yo, ella lo tendría al triple.

—¿Y has tenido novia? —me preguntó de repente mientras caminábamos a mi casa. Y de nuevo estaban esas preguntas que relacionaban mi pasado, y en las cuales, era incapaz de mentir, pero también incapaz de decir la verdad.

¡Mierda!

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