Estaba con una hermosa mujer, rubia de ojos claros frente a una puerta de madera muy grande. Nunca había detallado la estúpida puerta hasta hoy, que tenía esa mujer a mi lado apunto de ingresar a mi casa. Había sacado las llaves, pero estaba inmóvil.
—¿Estás bien? —me preguntó Eva notando mi incapacidad para seguir avanzando.
Me las había ingeniado para no responder su última pregunta. Bueno, realmente no me las había ingeniado, simplemente seguí caminando e ignore la pregunta. Lo peor que pude haber hecho. Eso evidenciaba que el tema me resultaba delicado y apostaba a que ella también lo había notado.
—Estoy bien —dije al cabo de unos minutos.
Ella estaba a mi espalda, no la miraba, pero me imaginé sus pensamientos: que chico más raro, o que idiota, o algún adjetivo calificativo que usaría yo de estar en su lugar.
—Si tienes problema con que entremos a tu casa, no hay inconveniente —dijo con esa voz que endulzaba mis pensamientos—. Igual es tarde, y bueno, creo que debería regresar a mi casa.
—¿Vas a rechazarme el vino? —le pregunté en un intentó de recuperar lo que iniciamos. Vamos, no podía echar a perder todos los buenos momentos de mi vida, no podía dejar de disfrutar de las pequeñas cosas. Eso ya había ocasionado un hueco en mi vida, no podía ser tan estúpido para dejar que pasara de nuevo.
Eva se río y dio dos pasos adelante.
—Por supuesto que no me negaría a una copa de vino.
Me di cuenta que me temblaban las manos cuando intente en dos ocasiones incrustar la llave en la puerta. Hasta que por fin logre abrirla.
—Es dura la puerta —me excusé, pero no sonó convincente. Ella volvió a sonreírme y su risa, por más veces que la repitiera lograba cautivarme.
—Linda casa —dijo cuando entramos. Todo estaba oscuro, pero la casa, tenía un diseño de interiores tan cautivador como en los años 90. Todo eso, merito de mi madre.
—Gracias —le dije con suficiencia.
Fui hasta el pequeño bar que teníamos cerca de la sala, y tome una botella de vino prestada. Claro como si fuera a devolverla. Luego, fui por dos copas que estaban sobre el anaquel y la invité a subir a mi cuarto. Ella me seguía cautelosa. Y yo caminaba con la respiración agitada.
—Vaya —exclamó Eva cuando entramos a mi cuarto. La contemplé mientras recorría mi cuarto con curiosidad, se movía con gracia. Nunca antes había observado el tan delicado caminar de una mujer, hasta que tuve enfrente a esa rubia—. Te gusta mucho leer.
—Sí —respondí avergonzado. Había muchos libros en una estantería que colgaba sobre la pared de mi cuarto. Ella tomo el libro de poesía de Edgar Allan Poe.
—¿Y entonces te gusta la poesía? —me preguntó y fijo sus ojos azules en mí, que ya estaba recostado en la cama con las dos copas y la botella de vino en las manos.
—La verdad no. Me parece algo sumamente patético.
—¿Por qué es patético? —preguntó con incertidumbre y en sus ojos había algo que no descifraba, tal vez, entendió eso como un insulto.
—La mayor parte de la poesía es causante de malos tratos con el amor. Es decir, la consecuencia del sufrimiento, un acto masoquista del escritor sinvergüenza —respondí imponiéndome a cualquier otra opinión.
—¿ Entonces nunca has escrito para una mujer?
—Muchas veces —respondí avergonzado, después de lo que había explicado, admití que escribía para una mujer, bueno, al menos para aquella mujer si escribí muchas veces.
—Así es cómo las conquistas a todas —dijo ella sin reírse. No se trataba de una broma, lo aseguraba de verdad.
—No soy tan bueno —admití.
—Que te parece si nos saltamos está conversación de arte que prometí y vamos directamente a las pasiones —dijo ella sentándose a mi lado en la cama. Me maree, olvidé respirar en ese instante.
O afortunada cama, que has visto pasar mujeres por entre tus sabanas, tener hoy, aquella dama.
—¿Cuál es tu pasión? —le pregunté mientras me recordaba respirar y servía las dos copas de vino.
—La escritura —contestó recibiéndome la copa de vino. Joder, es que acaso no tenía algo que dejara de llamarme la atención. Toda esa mierda, de que me era indiferente si pasara algo o no entre ella, empezaba a caducar a la medida que ella hablaba, no era solo su voz, no era solo su aroma o su belleza, ahora también era su inteligencia. Estúpida mujer perfecta sentada en mi cama—. ¿Y la tuya? —me devolvió la pregunta volviendo a sorber del vino y sin quitar su tierna mirada de mis ojos que evadieron la suya para concentrarse en contestar. ¿Qué podía decir?...
—El cigarrillo —le contesté con una sonrisa. Ya estaba un poco más fresco, aunque he de admitir que hasta el culo me temblaba.
Ella inesperadamente se acerco más a mí, y entre susurros hablo nuevamente con esa voz que me hacia recordar, lo irreal que era ella en ese momento.
—No te creo —dijo—. A los hombres lo que más les apasiona es el sexo.
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