Ciertamente Eva tenía razón. Una de las pasiones más grandes del hombre era el sexo. Y su afirmación me hizo imaginarme aquella mujer a la cual no sólo le entregue mi corazón, si no también mi cuerpo. Imaginé todas esas noches de fervor donde nuestros cuerpos desnudos hacían ruido y devoción. Y ahí estaba otra vez mi estúpida cabeza plasmándome el pasado, cuando tenía una hermosa mujer a mi lado. Mirándome de cerca, con ojos cautivadores y yo diría incluso, que de lujuria.
—Tienes razón —contesté al cabo de un rato. Ya sentía su aliento a vino muy cerca de mi nariz. Y no era repugnante, era… era… era todo lo contrarío a repugnante.
—La mente de un hombre siempre es la misma —dijo con una risita y volviendo a su copa. Le serví más vino, y claro me serví más vino.
—Eso no es cierto —refuté.
—¿No lo es? —me dijo ella con esa sonrisa que ya había memorizado, y que de alguna forma, me recordaban todas esas pinturas de Davinci. Bueno, ella era mucho más hermosa, y aún mejor, era real, no solo una pintura.
—Bueno, el promedio es el mismo. Pero algunos son más tontos que otros —dije cuidadosamente mientras dibujaba en mi mente, a ese hombre que rapto el que una vez fue el amor de mi vida.
—En eso no tengo nada que contradecir —dijo—. Yo me he topado con mucho de esos. Me pregunto hasta cuándo —su mirada volvió a fijarse en mí. Y desvaneció la sonrisa. No sé si era el vino, o que de apoco me aclimataba allí sentado sobre mi cama a esa hermosa mujer, pero mi mente estaba un poco más lucida, y entendía perfectamente, su pregunta: ¿Era yo uno más de esos imbéciles?...
Fije la mirada a mi copa y me reí.
—¿Qué es tan gracioso? —dijo Eva volviéndose acercar a mi rostro. Sus ojos brillaban con el bombillo que iluminaba mi habitación, y su pelo, relucía; ese rubio liso caía sobre sus hombros como una cascada Europea.
—No soy otro imbécil más —le aseguré—. Soy un imbécil, claro, pero no uno como los que tú conoces.
La respuesta le pareció divertida porque amplió su sonrisa. Bogó lo que le quedaba de vino. Nos miramos fijamente, yo bogué lo que me quedaba de vino. Sentí algo estallar en mí, y tener su rostro tan cerca del mío me llevo a un impulso de acercar mis labios a los suyos. Y no opuso resistencia. Entonces, todo me dio vueltas, deje de respirar, y cerré los ojos, intentaba disfrutar del beso, antes de despertar de aquel sueño.
Al cabo de un momento cuando me recordé respirar, lo comprendí, no me había dado cuenta en que momento su rostro se había acercado tanto al mío, tanto, que ahora sus labios invadían mi boca.
¡Me estaba besando con una rubia de cuerpo espectacular, con los ojos que siempre había soñado y la boca aún más sensual como lo eran sus besos ya!...
Sus labios mordían suavemente los míos, su lengua invitaba a jugar la mía, y yo sentía cada sensación, quizá por el vino, quizá porque era una mujer sin imperfección. Sabía a uva. Sus manos desataron mi copa de las mías, y después se entrelazaron en mi liso cabello. Las mías sin embargo, no se movían de su lugar, mientras disfrutaba del beso, mi cuerpo estaba terriblemente acojonado. Si movía algo más que mi boca, iba a desmayar...
Dejó de besarme y me miró fijamente mientras se separaba de mi rostro, no mucho, lo suficiente como para que yo pudiera deleitarme también con esos ojos azules enigmáticos. Nos quedamos así un rato. Ya no era capaz de medir el tiempo. Era increíble, que nos hubiésemos besado, una mujer como esa, la había besado. Yo la había besado. ¡Mierda! Nadie iba a quitarme esa satisfacción de haber besado por vez primera a la mujer más hermosa que hubiese conocido antes. Y eso, eso, era la gloria.
—Pareces ofuscado —interrumpió el silencio ella con su melódica voz.
¿Ofuscado?, lo que estaba era perplejo. Quise explicárselo, pero me pareció que no era lo indicado. A una hermosa mujer, nunca debes decirle que tan hermosa es, de hacerlo, esa será entonces tu perdición. O así fue en el pasado.
—Quizá, deba poner algo de música —le dije. Ella sonrió.
Me levanté, encendí el reproductor, y puse algo al asar. Y lamentablemente para mí, y para ella, el reproductor eligió una de esas canciones con la que me identificaba, y que por supuesto identificaban a esa mujer de mi pasado. ¡Carajo!
Vacile, un momento… ¿Qué se supone que haces cuándo todo se te viene abajo por recuerdos y dedicatorias de un pasado que no regresa, pero que revives a diario?, nunca nadie me dijo que hacer en esa situación. Así que, tuve que improvisar. Cambiar la canción fue lo primero, pero cuando lo decidí era demasiado tarde.
—Esa canción me encanta, pero al parecer, tu tienes algunos traumas —dijo Eva levantándose de la cama. Tomó la botella de vino y se sirvió más—. Será mejor que sigamos conversando un rato, y me cuentes que es lo que realmente te pasa.
Eva al parecer, si tenía un jodido defecto. El mismo que tenía yo. Era curiosa, y además, sabía siempre que preguntar. ¿Y por qué siempre sabe que preguntar?... Porque era una buena observadora. Ya lo había comprobado.
—¿Eso es importante? —me atreví a decir sin dejar de contemplar su belleza. Cuando estaba sería, fruncía el ceño y se veía mucho mejor que cuando sonreía.
—Lo es, si no deseas que empiece a pensar que eres otro imbécil más, que digo; un imbécil más de esos que están trastornados.
Me reí. Ella estaba sería. ¡Bravo Facundo!, siempre sabes como arruinar un maldito y excitante momento.
Bien, deseo con ansias la sexta parte.
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