Maldita, estúpida y sensual canción Non Beliver de La Rocca, había provocado un desorden atemporal de mis emociones teniendo enfrente de mí a una hermosa mujer. Tan hermosa que el hecho de haberla besado, ya había significado para mí una gloria irrepetible. No me importaba haberlo arruinado todo, no me importaba si el sueño terminaba allí, la había besado, y podía presumir de ello.
—Y bien, ¿no vas a decirme qué es lo qué te pasa? —insistió Eva con la ceja fruncida, y la mirada fría. Era encantadora verla así. Yo no la conocía de nada, pero sus facciones siempre me resultaban impredecibles.
Me senté a su lado, volví a servir el vino en silencio. Ella me miraba con frustración, creería yo, que estaba empezando a molestarse. Y no la culpaba, pero tampoco pretendía disculparme por mi vida. Le entregue la copa llena, bogué la mía, suspiré, y sospesé lo que iba a decir.
—El pasado es solo una herramienta que nos permite crecer. Hablar de él es irrelevante, y aún más, creo que esté no es el momento —dije por fin sin mirarla a los ojos. Sabía que si le sostenía la mirada, confesaría todo sin más remedio.
—¿Y entonces éste que momento es? —dijo ella con total resentimiento. Y empezaba a encantarme también ese estado de su personalidad. Cautivador como todos los demás.
—Para que disfrutemos de las pequeñas cosas —me reí y ella pareció aflojar la seriedad. Me contempló en silencio y yo a ella. Sus ojos azules estaban algo dilatados, quizá no era una buena bebedora de vino. Yo no lo era tampoco, ya de tanto bogar, se me había empezado agitar el corazón, bueno no, eso lo provocaba ella también. Pero me sentía eufórico y más liviano, como si la presencia de esa hermosa mujer, ya no pesara tanto.
—No pareces una persona que sepa disfrutar de las pequeñas cosas —dijo Eva tomándose despacio la copa de vino. Ya había caído en cuenta que estaba surgiendo efecto, y no quería emborracharse, o eso deduje. Yo no lo quería hacer, emborracharme y olvidar que esa hermosa mujer estuvo sobre mi cama. No señor, no iba a malgastar ese recuerdo.
—Por eso es una suerte haberme topado contigo —le dije con picardía. Oye Facundo, estás más atrevido, eso me gusta. Me dije. Sonreí ante el idiota monologo que interpretaba a mis adentros.
—Sí, es una suerte para ti —dijo ella fijando la mirada al techo—. ¿Y cuál es mi suerte? —preguntó al aire.
Antes de poder contestarle tuve que recordarme que me estaba preguntando. De momento la mente se distraía observando su cabello rubio enredarse entre sus hombros.
—Qué ahora tienes con quién disfrutar de esas pequeñas cosas —dije. No se me ocurrió nada más inteligente—. Mejor brindamos —le pedí, intentando que olvidará la conversación antes de que todo empezara a complicarse otra vez.
—Para un buen brindis, debe haber una buena canción.
¡Mierda! Espero no vaya pedir una estúpida canción romántica que volviera a recordarme aquella mujer, y aquellos momentos, en que sus abrazos eran mi tumba.
—El estéreo es tuyo —le dije señalando el portable del iPod donde se reproducían todas las canciones.
Ella se levantó, y yo vislumbré de nuevo su cuerpo, por primera vez, la imaginé desnuda. Y tuve que desvanecer esa imagen enseguida, no quería bochornos ni erecciones notorias. Otra regla para sobrevivir: es intentar no desear más que lo suficiente.
Su cuerpo con gracia fue hasta el estéreo, le miraba la espalda, no tenía ninguna postura cansada y vagabunda, como la tendría yo. Su cola, era un respingón de aires en su cuerpo, y su cabello, que llegaba a la mitad de la espalda, brillaba como si en él hubiesen incrustado algunas estrellas...
No me había dado cuenta que ya había sintonizado una canción y que ahora estaba frente a mí con la copa levantada en la mano, proponiendo un brindis.
—Porque los pequeños detalle son los que mejoran o arruinan una buena noche —dijo empleando la palabra de tal manera que lo comprendiera. Detalles como los que yo estaba teniendo capaz de arruinar una esplendida velada, o detalles como los de ella, para olvidar y continuar con la misma como si nada.
—¡Salud! —Soñé de Zoé empezó a invadir el cuarto. La canción no era que significara mucho en mi pasado, pero cuando la escuchaba la recordaba a ella, a esa mujer, que siempre estaba en mi mente. Sin embargo, eso no iba a impedir que disfrutara de las pequeñas cosas.
Me levanté, deje la copa a un lado de la cama y me paré frente a ella. La miré, estaba expectante. No esperaba una reacción así de mi parte. Quizá, esa hermosa mujer, ya no estaba esperando nada de mi parte. Y me encanto sorprenderla. Sus ojos azules destellaron y se abrieron cuando la tomé de la cintura y la apreté a mi cuerpo. Dejó la copa sobre el escritorio donde estaba el estéreo, enseguida y con sumo cuidado pegué mí frente a la de ella. Cerré los ojos y escuché su respiración.
—Esa canción no se baila —dijo Eva con una risa. Yo sólo percibía ahora sus sonidos, tan bellos como ella. Cualquiera que la escuchara sin verla, se la imaginaria tal y cual como era. Hermosa.
—Yo no quiero bailar —le dije con otra sonrisa saboreando el aroma de su cabello y el de sus labios—. Yo solo quiero besarte.
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