Lleve mis labios cuidadosamente hasta los suyos, no porque yo fuese un hombre delicado y paciente. No, era porque estaba jodidamente asustado y no me daba para más. Cuando sentí sus labios corresponder los míos, allí de píe frente al estéreo mientras sonaba Soñé de Zoé, sentí la magia. Ese beso, era diferente al que nos dimos en un principio, su boca se paseaba por la mía sin tabús y sin prejuicios, mis manos acariciaban su espalda y se enredaban en su rubio cabello. Yo tenía los ojos cerrados, pero me la imaginaba y más intensó me volvía para besarla.
Sus manos empujaron mi cabeza a sus labios para besarla con más propiedad, su cuerpo se dejó caer lentamente a la cama, que como consecuencia tumbo la copa de vidrio que había dejado encima antes de levantarme. El sonido nos despertó de nuestro absorto beso. Ella me miró con culpabilidad, sus ojos me cegaron y olvidé por qué nos habíamos detenido. Me sonrió y la seguí besando.
El estéreo continúo con la música, levanté mi cabeza y la contemplé acostada en mi cama con mi cuerpo sobre ella. No cruzábamos palabra alguna, nuestros ojos hablaban por si solos, los de ella, me contaban secretos, y los míos admiraban su belleza. Dejé de presionarla con mi cuerpo, y me puse de píe, fui hasta la puerta de madera y la cerré. Eché el seguro. Ella, me observó curiosa y divertida.
—¿Por qué cierras? —me preguntó sonriendo. Su boca era un dibujo de la luna menguante. Yo le devolví la sonrisa. Era de esas mujeres que le encantaba escucharte decir las cosas, aunque ya las supiera. Y yo, ya empezaba a entender como funcionaba.
—Creerías si te digo que cerrar una puerta y limitar el espacio, genera más espacio —dije—. Es física.
—Pero una física absurda y romántica —complementó y se sentó en la cama.
—Es lo que es y nada más —dije sonriendo.
—Que profundo...
Me senté a su lado. Y acaricié su mejilla suavemente. Sí, su piel era sedosa, fría y suave.
—Eres otra persona —dijo Eva mirándome a los ojos con seriedad.
—¿Eso es bueno? —le pregunté sin dejar de acariciarle la mejilla. Era tan hermosa que aunque no quería sobrepasarme en esos tenues detalles de un idiota enamorado, aunque no lo estaba, desearía ni siquiera parecerlo. Pero con ella, era imposible no ser sutil.
—No es que sea bueno. Es que tienes la capacidad para sorprenderme. Y eso, eso si que es bueno —concluyó y acercó a sus labios a los míos para continuar donde habíamos quedado.
Me separé abruptamente de sus labios. ¡Hey que hombre podría tomarse la molestia de separarse de tan hermosos labios! ¡Yo, el idiota de Facundo! Pero, tenía como remediarlo. Fue una reacción instintiva por el miedo que provocaba su perfección. Nada más.
—Tú también tienes esa capacidad. Por ejemplo, no me esperaba eso —me reí. Ella me devolvió la sonrisa y continuó besándome.
Nos dejamos caer de lado en la cama, extendiendo todo nuestro cuerpo en ella. Sus manos empezaron acariciarme las manos y el pecho, de vez en cuando se paseaban por mi rostro y mi cabello. Las mías, con inseguridad, acariciaban su rostro y se enredaban en su cabello, le acariciaban la espalda, y le rosaban el abdomen.
Todo fue pasando tan deprisa, que mi mente volaba, e imaginaba a esa mujer, a esa hermosa mujer con la que ahora estaba a solas en mi habitación, besándonos y contemplándonos. Mi pasado, ese pasado que me perturbaba, ahora estaba en el sótano de mi mente, encerrado por mi voluntad. No permitiría que nada arruinara esto. No permitiría seguir viviendo así, vació y sin novedad. Sin disfrutar de esas pequeñas cosas que la vida se encargaba de ofrecerme.
Y así, tan deprisa como todo lo que relacionaba a Eva, y me relacionaba a mí, aún desconociéndola, aún sin saber su edad, aún sin saber su nombre completo, aún sin saber nada de su familia, aún sin nada de eso, logro impedir que ahora ella estuviera sobre mi cuerpo, extendiendo las manos para sacarse la blusa azul que dejaba ver sus hombres desnudos, y la tiraba a un lado de la cama.
Contemple su piel perfectamente bronceada, y me fijé en sus senos cubiertos por un sostén negro, totalmente deseables. Ahora, estaba esa hermosa mujer desnudándose frente a mí, y yo no paraba de idealizar su cuerpo, de contemplar su magnificencia. Y todo eso lo hacía, sin perder esa sonrisa en sus labios, que no sólo me embobaba, si no, que además, me excitaba.
Mis manos dibujaron el contorno de su cintura, y subieron hasta sus pechos, ella se dejó caer de nuevo en mi cuerpo y me atrajo hasta ella luchando contra la gravedad, me quito la camisa de seda blanca que llevaba puesta, un regalo de aquella mujer de mi pasado voraz. La tiró lejos de la cama, y con sus dedos acarició mi espalda desnuda; mi boca por iniciativa propia ya besaba su cuello, y mis manos acariciaban sus piernas.
Y sin pensarlo, me arriesgué. Desabotone su jean blanco, y con suavidad metí mis manos entre ellos, buscando la decepción, imaginándome que aquella perfección de tal mujer, era solo un invento de mi imaginación, esperando que todo ello, fuera entonces una decepción, porque así es como funciona la vida real.
La toqué imaginándome encontrar un pene, o algo que resultara decepcionante y arruinara su esplendida perfección. Pero no fue así, sus ojos se cerraron y su cabeza se recostó sobre mis hombros, la escuché gemir, y entonces, estaba yo ahí, de vuelta al paraíso; de vuelta a la vida; de vuelta al mundo de las mujeres. Totalmente abierto, esperando que está fuera una de las mejores noches de mi vida.
Y era tanto, el éxtasis que mi propio cuerpo, mezclado entre aromas de una hermosa mujer, y vino de uva; que hable:
—Y sabes una cosa—le pregunté sin esperar respuesta contemplando su rostro que abría los ojos ante mi inesperada intervención—. Mejor que hablar, gemir es mejor —ella sonrió entre su dulce respiración. Tomó mi mano y se levantó. Se abrochó de nuevo el pantalón.
Me contemplo en silenció unos minutos mientras buscaba su blusa con las manos. Se la puso, yo solo admire de nuevo su belleza, aún confuso. ¿Ahora que habías hecho Facundo?...
—No creo que tú termines siendo un pequeño detalle, de una única noche. Por el momento, creo que sería mejor, prolongar más nuestro interés
¿Qué dijo? No entendía ni mierda. Se inclinó, me beso la boca y continuó hablando:
—¿Me acompañas hasta la puerta?
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